miércoles, 27 de febrero de 2013

#RAJOYDIMISION


Desde hace aproximadamente un año, todos los días me levanto con la esperanza de que algo cambie.
La victoria del PP, por esperada, no me causó ninguna sorpresa ni ninguna especial indignación. La gente es muy libre de votar a quien quiera y la experiencia me ha demostrado que cuando los españoles tratan de castigar a una opción política, se lanzan desesperados hacia la otra sin plantearse algunas veces que es lo que están votando ni las consecuencias que, para cada uno de ellos, puede tener dicha elección.
Estaba claro que el PSOE había negado y reaccionado tarde a la crisis y que su escasa reacción era más cercana a las propias doctrinas neoliberales que a una ideología defensora de la clase obrera y de las políticas sociales. También estaba claro que, merced al pacto connivente con el que PSOE y PP habían modificado nuestra Constitución, llegaban ya ecos de reformas impuestas y parecían decidir desde Europa -y siguiendo los dictados de los mercados- más que desde nuestras propias Instituciones.
Me cansé de escuchar los argumentos electorales del PP que se basaban básicamente en tres pilares:
1.- Echar mierda sobre el tejado del PSOE, criticando todas aquellas medidas que aquellos habían, o no, tomado.
2.- Erigirse en los defensores de la clase trabajadora negando que ellos fuesen a subir impuestos, bajar pensiones, rebajar poder adquisitivo de los funcionarios, hacer amnistías fiscales, abaratar el despido, rescatar a los bancos... etc.
3.- Recordar que en el último gobierno del infame Aznar, habían levantado la economía y creado empleo a un ritmo que pocos en el país podían recordar.
Y los ciudadanos, desesperados porque el paro iba cada día en aumento y la amenaza de la crisis se cernía sobre el país, unos con esperanza y otros huyendo de la triste realidad de la que culpaban al gobierno socialista, votó. El procedimiento de reparto de escaños hizo el resto y el PP formó gobierno con la mayoría absoluta que la confianza de la gente en sus promesas, le había otorgado.
Yo no les creía pero poco se podía hacer entonces salvo esperar para ver si, efectivamente, cumplían lo prometido.
Mi indignación y mi más seria preocupación empezó con la “PRIMAVERA VALENCIANA”. Si echáis la vista atrás, a las primeras entradas en mi blog, mi rebelión empezó cuando, a la vista de la actuación absolutamente desproporcionada y violenta de los antidisturbios, por las protestas de “NIÑOS” y “PROFESORES” ante los recortes que empezaban a atacar las más básicas y dignas condiciones en que aquí se ejercía ya la “EDUCACIÓN”, empezamos a pedir la dimisión de la Delegada del Gobierno. Estaba claro que esta señora se había equivocado y ni por un momento se me paso por la cabeza que dicha dimisión no llegara y menos aun que desde el Gobierno no fuese cesada sino absolutamente respaldada (hoy es el día que aun sigue siéndolo). El escándalo traspasó fronteras y, sin embargo, nuestro Presidente del Gobierno prefirió aguantar el temporal y no ceder ni un ápice cuando lo más sencillo hubiera sido cesarla, ponerla en otro puesto igual de estupendo o más, nombrar un nuevo o nueva Delegada o Delegado, echar tierra sobre el asunto y quedar como un señor ante los valencianos, los españoles, los europeos y el resto del mundo.
Pero no fue así y eso hizo que se encendiesen mis alarmas. ¿Fascismo? ¿Prepotencia? ¿absolutismo?. Comencé a pensar que la democracia podría estar en peligro.
No tardaron en llegar las medidas contrarias a su programa y a sus promesas en campaña. Y como era de esperar, la respuesta y la protesta de la ciudadanía frente a ellas. Y mucho menos tardó en demostrarse que la actuación de la Delegada de Gobierno y de los Cuerpos de Antidisturbios en la Comunidad Valenciana, no era casual. Esta era su forma de gobernar y sus armas para no permitir la respuesta ciudadana. Eso y ningunearnos total y absolutamente.
Entonces fue cuando decidí que tenía que empezar a actuar en serio y a apoyar todas aquellas iniciativas encaminadas a pedir su dimisión. Y como yo, miles de personas que entendíamos que la Democracia consistía en otra cosa. Creíamos que cuando un candidato presentaba un programa electoral, tenía la obligación y la responsabilidad de cumplirlo y que si circunstancias “supuestamente sobrevenidas” le impedían hacerlo, lo verdaderamente democrático era dimitir, disolver las Cortes, elaborar un nuevo programa electoral y solicitar de nuevo el respaldo ciudadano para llevarlo a efecto. Apenas habían pasado 6 meses desde las elecciones. No dudé, tras el estrepitoso fracaso de la repercusión del #15S, en apoyar el #25S.
Las protestas ciudadanas eran cada vez más contundentes y numerosas y, una vez más, creí que la dimisión iba a llegar. Pero no llegó.
Hoy es el día en que todas sus mentiras electorales han salido a la luz y en que docenas de declaraciones, entrevistas, debates y mítines grabados por los medios de comunicación, lo certifican. Le hubiera servido la escusa de la herencia recibida si no supiésemos ya todos que los Ayuntamientos y las Comunidades gobernadas por su partido, son tan, o más, culpables del déficit público como los demás o como el propio gobierno central y que el hecho de que en el momento de presentar su programa, no lo supiera, sólo sería una prueba más de su incompetencia. Hoy es el día que conocemos ya los efectos de la burbuja inmobiliaria y la enorme estafa que a muchos de ellos y de sus amigos, ha hecho ricos a nuestra costa. Y aun así, esperan que la paguemos nosotros con nuestros miserables salarios, con nuestras casas. Y aun así, pretenden robarnos lo poco que tenemos para prosperar o incluso sobrevivir: lo público, lo que es de todos.
Por eso hoy, una vez más, le digo a Rajoy: Rajoy, no cuela.
Y al final, como no podía ser de otra manera, salió a la luz la corrupción. La trama Gürtel ya apuntaba hace años a que una parte muy importante de la cúpula del Partido Popular, tenía las manos manchadas. Porque Bárcenas es Gürtel – y tantas causas separadas y tantas separatas de causas, también- pero la gente parecía no querérselo creer. Y ahí lo tenemos ahora, apuntándoles incluso a ellos, al Sr. Presidente del Gobierno y a su espada la Sra. Cospedal, por no apuntar más alto, que podéis o no creerlo pero, más alto, también la hay.
Y ¿cómo responde tan insigne Presidente ante tamaño escándalo? Riéndose de nosotros y mintiéndonos una vez más. Lanzándonos a su ejército de embusteros uno detrás de otro porque lo evidente es que, ya nadie en el PP sabe como esconder la verdad. Barcenas lo ha puesto en evidencia y cada día los cabos se atan más y más.
Pero el Sr. Rajoy, no se va. Lejos de ello, su prepotencia cada día es más ofensiva.
Miré usted Sr. Rajoy, por mucho que usted no lo crea, los ciudadanos y ciudadanas de este país no son tontos y le han visto ya el plumero. Sabe perfectamente que más tarde o más pronto, le harán caer. Y si no somos nosotros, alguien se encargará. 
Así que, por una vez en su vida, tenga dignidad y por el bien de España, de su Partido y de la sociedad en general, reconozca usted que no debe seguir haciendo lo que le salga de los cojones y váyase ya.
Si es hoy, mejor que mañana. Que ya saldremos de ésta con usted o sin usted. Porque usted sólo es un empleado nuestro y no nuestro amo y señor. Y todo ello aun a sabiendas de que, tal vez, usted, sólo sea un pelele.
Yo, de momento, sigo y seguiré pidiendo #RAJOYDIMISIÓN.










domingo, 24 de febrero de 2013

UN NUEVO PARLAMENTO


A veces, a un naide, le da por pensar soluciones a cuestiones, más que complejas, fundamentales, y claro, piensa... ¡no estás capacitado para tan alta empresa!. Sin embargo, bien mirado, por esa misma falta de capacidad y de responsabilidad, te puedes permitir el lujo de decir simplemente lo que piensas, sin ningún miedo a equivocarte, pues cada uno es muy libre de pensar lo que le venga en gana.
Así ando yo esta mañana, tras la resaca del #23F, sospechando que, una vez más, nuestras reivindicaciones caerán en saco roto.
Me invade una terrible sensación de impotencia. No sé vosotros pero yo tengo la impresión de que, tal y como están concebidas actualmente nuestras Instituciones, mucho de fondo habría que cambiar para recuperar o intentar lograr, de una vez por todas, que España sea, como bien dice la Constitución, un Estado “social”, “democrático” y “de Derecho”.
Como muchos de vosotros, supongo, creo que el problema fundamental que arrastramos casi desde el principio de la transición, es que, una vez superado el miedo al retorno a un régimen dictatorial y el escepticismo sobre lo que al país pudiera traerle la recuperación de los derechos y las libertades -mayormente las libertades-, etapa que se correspondió con el Gobierno de la UCD, en el país se ha establecido un bipartidismo connivente, que lejos de representar la pluralidad política, que reconoce también nuestra Constitución, se ha hecho con los hilos y maneja, ahora tú, ahora yo, nuestros destinos desde hace ya aproximadamente 30 años.
Soy de las personas que piensa que los conceptos de “derechas” e “izquierdas”, están un poco caducos, máxime si en este país, cuando pensamos en izquierdas, tenemos que pensar en el PSOE. Pues -que me perdonen los que se consideren rojos convencidos dentro del PSOE-, amen de una mayor tendencia a respetar derechos y libertades y de una mínima mayor tendencia a “favorecer lo público” (y esto tengo que ponerlo entre comillas por obvias razones, pues no en vano han sido impulsores de importantes motores de privatización), son defensores a ultranza del capitalismo más voraz y eso, desde mi ignorante punto de vista, poco tiene que ver con el obrero y nada o casi nada con socializar, salvo como mucho, como venimos viendo, las pérdidas.
Lo cierto es que España, sí dibuja un mapa de tendencias en el voto que, atendiendo al número, se aleja mucho de las posiciones que luego tales o cuales partidos ocupan en el Parlamento.
A nadie se le escapa que si no fuese por el sistema electoral que tenemos actualmente, el Partido Popular, ni de lejos hubiese podido permitirse el lujo de gobernar con mayoría absoluta, por Real Decreto, obviando las posturas y las reivindicaciones, no sólo del resto de sus “compañeros” de escaños de otros partidos, sino de millones de españoles que están a años luz de querer lo que ellos decretan y de estar de acuerdo ideológicamente con posturas que tan sólo esa mayoría absoluta, les permite imponer. Debe ser a lo que el actual Presidente llama haberle votado para que haga lo que está haciendo -sea esto lo que sea-, hacer lo que tiene que hacer -aunque sea lo contrario de lo que dijo- y contar con la confianza de todos los españoles -aunque sólo, a lo sumo, un tercio de ellos, haya votado al Partido Popular, si bien no dispongo ahora de cifras y me puedo equivocar-, y todo ello nos lo dice mayoritariamente desde la sede del Partido Popular y dirigiéndose a los militantes del Partido Popular (que ya manda huevos).
La supremacía de los Partidos regionales o nacionalistas, creo que también está fuera de toda discusión.
En fin, nada nuevo que no sepamos todos; así ha sido y será si el sentido común, no lo remedia antes.
Soy también de esas personas que cree en el consenso, en la capacidad de negociación y en la posibilidad de llegar a acuerdos que, cediendo un poco cada uno en sus posturas, puede permitir la convivencia pacífica si no, desde un exacerbado optimismo, feliz.
Porque, digo yo que algo habrá el ser humano evolucionado en todos estos siglos y de algo nos habrá servido tanta experiencia de enfrentamiento y guerra en los que, al final, perdemos todos menos los que negocian con ellas.
Creo que ya va llegando la hora de que el hombre demuestre que es un ser civilizado y que se distingue del resto de los animales, no sólo en que es racional, sino también en que es capaz de racionalizar sus sentimientos, sus buenos sentimientos y convertirlos en el motor de la civilización, en el motor del mundo (sí, lleváis razón, yo a veces, también dudo de que nos diferenciemos tanto del resto de los animales).
Volviendo a las soluciones, vayamos de nuevo al centro del problema. Para mi es claro. El 90% de las ideologías que defienden principios y valores, llamémosle de Derechas (lamentablemente, incluidos muchos de los que identifican estas derechas con la religión católica), se aglutinan en el voto al Partido Popular, mientras que los que defienden o creen en un mundo más social y de una mayor apertura ideológica, llamémosle izquierdas, andan desperdigados y agrupados en infinidad de siglas, que tal vez defienden también muy férreos principios diferentes, pero que, en definitiva, dividen ese voto hasta el infinito y mucho más. Y sin embargo, yo sí creo que esa pluralidad es buena, seguramente más constructiva que el hermetismo ideológico que concentra a la Derecha y a la derechona, que también, salvo casos muy radicales, se integra en el Partido Popular.
Lo cierto es que hoy por hoy, probablemente, para una mayoría de los españoles, no existen buenas ni verdaderas alternativas y se balancean del PP al PSOE sin que ninguno de los Gobiernos, de ninguno de los dos partidos, les haya ofrecido los resultados que esperaron al depositar su voto en una urna. A las pruebas me remito y su alternancia en el poder, así lo certifica.
Cada día somos más los que creemos que esto es el resultado de una Ley electoral -dañina e injusta para el ciudadano que no se identifica con ninguno de los dos partidos mayoritarios- que sería necesario cambiar, de forma que todos y cada uno de nosotros se viese representado en la misma y justa medida en nuestro Parlamento.
Muchas otras importantes reformas serían necesarias, empezando por una reforma constitucional que reflejase el verdadero sentir de la nación a día de hoy que, ni que decir tiene, nada tiene que ver con la España que intentó enterrar 40 años de dictadura, que se dividió territorialmente, que se abrió a Europa y al mundo y que en estos otros 40 años ha cambiado mucho en su forma de ser y en su forma de pensar. Nuevas generaciones necesitan nuevas propuestas. La Constitución que votaron en el 78 -que no yo, ni muchos de vosotros- ha sido tan desarrollada en sucesivas leyes, transposiciones de leyes y adaptaciones a leyes y tratados internacionales durante casi cuarenta años, que ya se le podría llamar “Mutación” más que Constitución porque, al menos yo, no encuentro en ella lo que evidencio en la realidad (por eso, a veces la llamo también Prostitución).
Esta claro que Partido Popular y Partido Socialista llevan años blindando su supremacía sobre el resto y que de ninguno de ellos va a partir ninguna de las reformas que garanticen el pluralismo político en este país, así que, sólo se me ocurre una posible solución: acudir a las próximas elecciones unidos en una sola opción de voto todos los partidos que aglutinen esas reformas que los españoles esperan para la regeneración política que necesitamos; la reforma necesaria para que los ciudadanos puedan estar representados y ejercer, honrada y equitativamente, la soberanía que les corresponde y con el compromiso de que, una vez obtenida la confianza de la mayoría -que creo se podría obtener-, y una vez llevadas a cabo las mínimas reformas necesarias para dicha regeneración política, disolverían de nuevo las Cortes y convocarían nuevas elecciones a las que cada sigla concurriría con sus programas y proyectos de políticas económicas y sociales, de forma que el ciudadano pudiera elegir para que le represente a aquel que diga lo que el diría y haga lo que el haría.
El resto del transcurso de la vida política, de la verdadera democracia en interés de los ciudadanos, habrían de lograrlo los pactos y los consensos porque, hablando se entiende la gente y no en vano, la reunión de los representantes de todos los ciudadanos, y no sólo el hemiciclo en que lo hacen, se llama PARLAMENTO.
¿Sería tan difícil en este estado actual de civilización del ser humano encontrar unos mínimos de acuerdo sobre lo que debería ser y representar la verdadera democracia?
Yo tengo fe en el ser humano y por ello creo que #sisepuede y ojalá no tengamos que esperar tres años.


sábado, 23 de febrero de 2013

#23F PORQUE VOY


Faltan escasas horas para que España se vea inundada por una gran marea ciudadana en lucha por la justicia, por la democracia, por los derechos básicos de los ciudadanos, por la libertad; y yo, voy.

Seremos miles, ojalá millones de personas que confluiremos desde varias posiciones sociales, desde varias ideologías, con distintos puntos de vista y con distintas vivencias personales pero con un mismo sentir: nos están tomando el pelo y no lo vamos a consentir.
La convocatoria de hoy me hace recordar otras convocatorias que resultaron multitudinarias porque las personas de la calle, los ciudadanos, los seres humanos como tu y como yo, hay cosas que no podemos tolerar.
No pudimos tolerar que secuestraran y asesinaran a sangre fría a Miguel Angel Blanco y salimos a la calle a decirlo. No pensamos en que fueran a utilizar nuestra presencia o ausencia para decir que, con ello, apoyábamos a tal o cual grupo político, a tal o cual modelo de Estado, a tal o cual Jefe de Gobierno. Salimos a la calle porque no estábamos de acuerdo con que nadie usara la violencia contra personas para reivindicar ningún tipo de situación injusta porque la justicia, no se logra con injusticia sino con más justicia. Salimos a la calle porque estábamos hartos de la dictadura que intenta siempre imponer el terrorismo. Y salimos a gritarlo a una sola voz. Aunque, en el fondo, todos sentimos, en aquel momento, que Miguel Angel era uno de los nuestros, un ser humano como nosotros, nuestro hermano, nuestro hijo, nuestro amigo. Y su asesinato nos clavó una daga en el corazón. Al menos, por eso fui yo.
No pudimos tolerar que nuestro Gobierno nos embarcara en una guerra, que intuíamos injusta. No pudimos tolerar que la prepotencia de cuatro gobernantes se opusiese al sentido común de la mayoría ciudadana, no sólo española, sino mundial, desoyendo incluso los dictámenes de los organismos internacionales que negaban que hubiera pruebas. No podíamos tolerar que invadiesen un país porque sabíamos que las víctimas de aquel ataque, ni siquiera iban a ser aquellos que hacían uso del terror sino los cientos de miles de familias como nosotros, con sus vidas cotidianas, como las nuestras, que habían tenido la desgracia de haber nacido y encontrarse entonces en el momento inadecuado, en el sitio inadecuado. Niños, ancianos, jóvenes, padres y madres de familia iban a perder su seguridad, su tranquilidad, muchos de ellos su vida, por los intereses económicos de unos pocos. Y salimos a la calle, con un “no a la guerra”, millones de españoles a los que luego el tiempo, nos dio la razón. Al menos, por eso fui yo.
Salimos a la calle cuando empezamos a escuchar los primeros casos de corrupción. Cuando la sombra de la crisis empezaba a pesar ya sobre muchas de nuestras cabezas, salimos a decir que no estábamos dispuestos a tolerar ni un corrupto más. Salimos aquel #15M pero ya habíamos salido antes, espontáneamente, sin apenas convocatoria, porque muchos, la gran mayoría de nosotros, no toleramos la corrupción, no toleramos que quienes gestionan nuestro dinero lo despilfarren y lo utilicen en su propio beneficio y en el de quienes se encuentran en su misma esfera de poder. Salimos a la calle y lanzamos un grito de “no nos representan” que traspasó fronteras y corrió como la pólvora por el resto del continente porque, desgraciadamente, no es mal sólo de un solo país sino de todo un sistema globalizado, injusto y corrupto en el que todo parece ir encaminado a que quienes controlan el capital, sometan a su servicio a quienes, mayoritariamente, por razón de nacimiento en el momento, tal vez inadecuado, o en el sitio, tal vez inadecuado, sólo tienen un medio para sobrevivir: sus propias manos; la mano de obra que, hasta ahora, junto con la oferta y la demanda, movía la economía y que merced al capricho o al manejo de los mercados financieros, habían pasado a dejar de ser su motor, siendo sustituido por una especulación política y financiera que nos abocaba a un terrible caos. Al menos por eso fui yo.
Pero, hasta entonces, tenía esperanza. Tenía confianza en la democracia y en que el voto depositado en las urnas tenía el poder de decidir quien, cómo y con qué espíritu y objetivo, llevaría las riendas de nuestro país. Y que ese poder era nuestro, de los ciudadanos, porque así lo imponía la Constitución al decir que la soberanía reside en el pueblo español.
Sin embargo hoy, me siento estafada. No sólo me siento económicamente estafada por los poderes financieros que han tejido sus hilos especulativos hasta que han conseguido hundir al país con sus primas de riesgo y sus calificaciones; que también. No sólo me siento estafada porque las únicas víctimas de todo este despropósito sean los ciudadanos, los más humildes, los menos poderosos; que también. No sólo me siento estafada porque todas y cada una de las medidas que ha ido tomando este Gobierno han sido dirigidas contra las clases trabajadoras y ni una sola de ellas contra las clases más adineradas; que también. No sólo me siento estafada porque la amnistía fiscal apoya a los grandes defraudadores mientras a los pequeños empresarios y a los trabajadores nos han inflado a impuestos; que también. No sólo me siento estafada porque pretendan pagar los intereses de la deuda de los bancos, grandes beneficiarios de la estafa, vendiendo todo lo público que durante tantos años hemos tardado en construir; que también. No sólo me siento estafada porque estén arrastrando a la miseria a millones de personas que no pueden pagar sus inmensas hipotecas por culpa de una vorágine especulativa que sólo benefició y sigue beneficiando precisamente a quienes más colaboraron en provocarla; que también.
Me siento estafada, sobre todo, porque los representantes que ocupan los sillones en nuestro Congreso, creen que el Congreso es suyo. Creen que depositamos nuestro voto en las urnas para, durante cuatro años, hacer lo que les venga en gana. Estoy indignada porque el Presidente de nuestro Gobierno puede admitir, fríamente, que no ha cumplido su programa pero que está haciendo lo que tiene que hacer y esto, no funciona ni debe funcionar así. Porque eso es lo mismo que decir que, pasadas las elecciones, nuestros votos van directamente a la basura.
Me siento estafada porque de Norte a Sur, con muy pocas y honrosas excepciones, estamos rodeados de corrupción. Por poner sólo algunos ejemplos: el PSOE con sus ERES en Andalucía; Convergencia i Unió, con los Puyol y la financiación ilegal en Cataluña; y el PP, gobernando en la mayor parte del territorio español, con la Gürtel y el escándalo Bárcenas, salvo inocencia o fe, apuntando incluso a los propios miembros del Gobierno que, se demuestre o no que recibieron sobres, ha dejado claro en el espíritu ciudadano que son capaces de tapar, ocultar y mentir sin el menor decoro.
Me siento estafada porque nunca me gustó la Monarquía como forma de Gobierno pero confiaba al menos en la ética de la familia Real y, a día de hoy, sencillamente, creo que carecen de ella.
Me siento, más que estafada, preocupada porque, entre unos y otros, las más altas Instituciones del Estado, están en evidencia y eso, el pueblo soberano, no lo puede permitir.
No puede permitir que le usurpen la soberanía, ni que le engañen con los programas electorales, ni que le pretendan gobernar con mentiras. Porque está en juego mucho más que la economía de este país. Porque no es una cuestión de derechas ni de izquierdas sino de responsabilidad, de decencia, de dignidad, de honradez. Está en juego la verdad y está en juego nuestro derecho a decidir nuestros destinos y eso, amigos, no lo debemos permitir.
Nuestra soberanía no se reduce a depositar el voto en una urna. Tenemos el derecho y la responsabilidad de exigir cada día, a todos aquellos en quienes depositamos nuestra confianza para que ejerzan el Gobierno, dicten las leyes y hagan Justicia, que cumplan con sus verdaderos papeles institucionales, que son los que la Constitución les otorgó, siempre bajo nuestra soberanía. Y tenemos derecho a decirles que no sólo nos están ninguneando sino que, además, se están riendo de nosotros y no lo vamos a tolerar.
Por eso creo que hoy sólo tiene que haber en España, en las calles, un color: el deseo de justicia, de verdad, de igualdad, de solidaridad y de verdadera democracia y la esperanza y el convencimiento de que, sobre ellas, entre todos, construiremos nuestro futuro.
Y el que no cumpla con su obligación ética, ¡¡¡FUERA DE NUESTRAS INSTITUCIONES!!! y que se atenga a las consecuencias, que no van a ser cada cuatro años. No deben serlo.
Por eso, al #23F, yo voy.




sábado, 2 de febrero de 2013

ANTES MUERTA QUE CALLADA


Últimamente, estoy un poco desconectada de las noticias del día a día. Se me llega a hacer tan cansino oír todos los días las mismas miserias humanas y ver que la mayoría de los ciudadanos -objeto de las mismas- parecen vivir una realidad distinta de la que perciben mis ojos e interpretan mis sentimientos, que finalmente termino por desconectar, por intentar poner a salvo mi salud física y emocional, sobre todo, emocional. Así, voy dejándome llevar por la corriente mientras espero que reaccionen y se unan.
Sin embargo, la realidad me supera y llama a mi puerta una vez más. ¿Se puede tolerar más prepotencia? ¿Se pueden creer más mentiras? ¿Se debe aceptar que las cosas son así y dejar que los acontecimientos transcurran a nuestro alrededor sin que intentemos intervenir en ellos?
Ya he dicho muchas veces que no puedo entender lo que le pasa a la ciudadanía de este país. Entiendo que la manipulación sea tal, que a veces nos cueste darnos cuenta de cómo y cuánto se nos engaña cada día, a través de los medios de comunicación, básicamente. Pero, sin embargo, mi comprensión no llega a tanto como para justificar la actitud de todos aquellos que, creyéndose culpables o creyendo que nada de lo que individualmente pueden hacer sirve para algo, se quedan en casa y no mueven ni siquiera un dedo para mostrar su indignación. No me cabe en la cabeza.
Sinceramente, creo que ni se puede ni se debe permanecer al margen porque esos acontecimientos que suceden cada día, son nuestras propias vidas. Son nuestra salud, la salud y la educación de nuestros hijos; son nuestro sustento; son nuestros derechos y nuestra libertad; son nuestra felicidad o nuestro sufrimiento; son nuestro presente y serán nuestro futuro.
A la vista del devenir de los acontecimientos en nuestro país últimamente; a la vista de la estafa monumental disfrazada de crisis que nos atenaza a todos en una u otra forma y que nos asfixia cada día un poco más; a la vista del comportamiento de quienes dirigen nuestros destinos; a la vista de la falta de valores, de ética, de decencia, de honradez, de vergüenza; a la vista de que han convertido la verdad en un juego detectivesco en el que cada uno parece tener que descubrir la suya propia entre marañas de mentiras, montajes, películas y manipulación; a la vista de las injusticias de la justicia, de la prepotencia política de los elegidos para gobernar -que parecen ser los mismos que los elegidos para legislar y también para juzgar-; a la vista de este presente injusto que nos ha tocado vivir, no podemos permanecer callados. Nadie puede permanecer callado.
Todos podemos y debemos aportar nuestro grano de arena para que las cosas cambien, mejoren, se normalicen... Nuestra sociedad es como un organismo vivo formado por órganos, por células, por átomos, por partículas de energía, como las nuevas teorías de la física quántica terminan por decir. Y no hay ni una sola persona en esta sociedad que no tenga su misión en ella y que no tenga su capacidad y su poder para mantener sano al Organismo. Porque, si una célula enferma y esa célula contagia a otra y ésta a otra, el cáncer termina por extenderse y atacar a los órganos vitales, termina por destruirlos y por matar incluso a la propia vida. Y todo empieza, tal vez, por una sola célula. Y, tal vez, en esta sociedad, tú puedas ser una de esas células; una célula sana que lucha contra la enfermedad o una célula enferma que destruye el organismo sin darse cuenta de que con él se destruirá ella también.
No puede permanecer al margen la justicia. No puede permanecer con los ojos vendados sin sentir como la balanza se inclina claramente hacia un lado y sin darse cuenta de que, al paso que vamos, acabará por romperse y aplastar con el peso de la desigualdad su propio pie. Esa justicia que ya no es lo que su propio nombre indica. Una justicia que resulta cada día más injusta, tal y como todos vemos y nos indignamos con ello cada día, porque hay montones de ejemplos que lo demuestran y que no creo necesario mencionar.
Los jueces deben empezar a tener en cuenta su responsabilidad social. Ellos sí que tienen en su mano cambiar las cosas. Los jueces tienen el poder, no sólo de aplicar las leyes, sino también de interpretarlas y de rellenar las lagunas de lo que no está legislado. Son ellos los que pueden decidir, decretar y sentenciar -sin tantos milindres de presunción que con los pobres no tienen- que, quienes proceden en la forma en que quienes ostentan y han ostentado el poder han procedido -alevosamente-; todos aquellos que han hecho un mal uso de ese poder que el pueblo les otorgó; den, a la mayor brevedad, con sus huesos en la cárcel.
Porque, a pesar de haberse blindado para permanecer ajenos a la responsabilidad, a pesar de que sus abogados conocen todos y cada uno de los trucos que les hacen salir siempre por la puerta de atrás, todos sabemos que en la gran mayoría de los casos, es la justicia quien se lo permite.
Porque, si se pueden hacer leyes en base a esperpentos televisivos y llegar a plantear la cadena perpetua o a criminalizar la protesta pacífica o la humanidad, se debe y se tiene que ejemplarizar criminalizando estas conductas políticas que, a la larga y a la postre, están suponiendo condenar a la miseria a millones de seres humanos.
Porque todo ello es contrario a la Constitución, a la madre de todas nuestras leyes y por tanto, por principio, es ilegal.
Tampoco pueden permanecer al margen los ciudadanos militantes de los grandes partidos. Esos partidos políticos que llevan ya demasiado tiempo jugando con nuestras vidas y con nuestros destinos; utilizándonos en su propio beneficio y en el de sus familiares y amigos. Me gustaría pedir a esos militantes que abran los ojos, que no miren hacia otro lado.
A todos aquellos que militan desde la dignidad, desde la creencia de que las ideas y los proyectos que defienden son los mejores para esta sociedad -sean estos los que sean- quiero decirles que luchen desde dentro para acabar con toda esta gentuza que se aprovecha de su estatus jerárquicamente superior dentro de sus organizaciones; contra todos esos que ya han perdido de vista la realidad ciudadana, o que ni siquiera la han conocido ni les importa; contra esos a quienes sólo preocupa mantenerse en el poder, sacar tajada y alcanzar mayores cotas de dinero o de poder, si cabe.
Esos militantes que cada día se avergüenzan más de aquellos que forman sus cúpulas y que, tal vez, intentan justificar o negar sus comportamientos para aliviar la culpa que sienten de pertenecer a esos engranajes y de sentirse parte del delito -si se demuestra que las acusaciones son ciertas, como todo parece apuntar-, tan culpables como si ellos mismos también hubieran engañado, robado, manipulado..., cuando en realidad, sólo han sido utilizados. Porque ellos, sí, esos militantes, también forman parte del 99%.
A esos ciudadanos, compañeros nuestros la mayoría de ellos, les pido que se revelen, que denuncien, que acaben con esta lacra, con ese montón de mierda que nos salpica a todos y que exijan a quienes les utilizan, su dimisión. Seguro que ellos, dentro de sus estructuras, también son más, muchos más granos de arena o células. Y seguro que, unidos, pueden también sanar a sus organizaciones.
Eso sí, no deben hacerlo en un “quítate tu que me pongo yo”, sino en una verdadera lucha por una sociedad mejor y por un Estado Social y Democrático de Derecho, como proclama nuestra Constitución. Detentando por bandera el afán de justicia, de igualdad y de solidaridad y la colaboración de todos para el bien común. Que vuelvan a ser éstos los valores que motiven sus conductas que es lo que realmente se corresponde con una verdadera vocación política, vocación de servicio a la sociedad. Y si no es así, simplemente, que se vayan. Que se bajen de ese barco inundado de corrupción que cada día hace aguas por más partes y que a este paso, no tardará en hundirse y en hundirnos a todos con él.
No pueden permanecer al margen las víctimas a las que se ha culpado de vivir por encima de sus posibilidades y de estar, por ello, sufriendo ahora las consecuencias de sus malas cabezas; ni los parados, a los que se ha acusado de preferir vivir del cuento sin trabajar a buscar trabajo, mientras una cruel reforma laboral, expulsa a las colas del INEM cada día a más y más víctimas sin que haya beneficiado -ni beneficiará- a nadie sino a los opresores; paro que amenaza con dejar en la calle, sin techo y sin sustento, cada día a más y más familias. Y trabajo, tan precario, que difícilmente alcanzará para la supervivencia.
No pueden permanecer al margen los estudiantes a los que se les pretende cerrar todas las puertas en este país; ni los padres de los niños a quienes se niega una educación digna en condiciones de igualdad, relegándoles a quedarse sin oportunidades de no poseer capital para pagárselas. Puertas, todas ellas, que cada día son y se abren más para los otros, para los hijos de los mismos que hoy tienen el dinero y el poder y que mañana serán el poder, un poder que, al resto, nos conduce cada día un poco más hacia la esclavitud.
No pueden permanecer al margen aquellos que votaron creyendo que quienes les iban a representar lo harían en beneficio del común de la ciudadanía;  quienes creyeron lo que en campaña prometían porque creían que lo iban a cumplir pero que ya se han dado cuenta de las mentiras y de que los beneficiados, -antes y ahora-, los chorizos, siguen siendo los mismos, los de siempre.
No pueden permanecer al margen aquellos a quienes los impuestos asfixian y les hacen ceder sus negocios en beneficio de los poderosos, de los bancos, de las grandes multinacionales y los grandes capitales porque, cuando quieran darse cuenta, lo habrán perdido todo.
Yo, personalmente creo que con cada acción que llevamos a cabo para enfrentarnos a una injusticia, somos un grano de arena; y que, sin los granos de arena, sin todos y cada uno de ellos, no habría desierto. Y sí hay desierto. Sólo hace falta que nosotros, granos de arena o células, nos demos cuenta, lo veamos, lo sintamos y lo creamos.
Porque, aunque a simple vista pueda parecer que una pequeña partícula de energía, no es nada, sí lo es; es precisamente eso, energía.
Por eso, una vez más, hago un llamamiento a la acción individual y colectiva, porque sigo creyendo, no sólo que sí se puede, sino que además, se debe.