domingo, 29 de septiembre de 2013

¿SOMOS CONSCIENTES DE A QUIEN DAMOS EL PODER?

Me siento hoy a escribir, más por necesidad de hacerlo que por que tenga nada nuevo que contar; más por el deseo de encontrar en mis propias palabras la fuerza que siento me falta, que por transmitir ánimo para luchar; más por intentar encontrar una luz a la que seguir en mi camino, que para iluminar un camino que seguir. Más para poder entender, que para lograr explicar.
Porque miro a mi alrededor y no entiendo nada.
Veo gente que parece entenderlo todo, saber todo lo que pasa y también las razones por las que pasa y, ¡cómo no!, lo que habría que hacer para que nada de todo lo malo que pasa, estuviera pasando. Claro está que es en la televisión donde lo veo porque a mi alrededor, solo veo gente tan desorientada o más que yo, pero que, al contrario que yo, se limita a esperar la solución mientras se entretiene viendo la tele.
Quienes me conocéis sabéis que mis armas no son mi preparación, así que me limito a observar, asombrada, que en este universo, pasa de todo pero nada cambia.
Bueno, a decir verdad, lo que creo que en nada cambia son las estructuras y los valores que deberían empujar a esta sociedad hacia un horizonte más justo y mejor, porque lo que es las vidas de las personas humildes de este mundo, eso sí que está cambiando; camina a pasos agigantados hacia un futuro más incierto, más difícil, más duro, más inhumano, más injusto y sobre todo, y lo que es peor, más individualista y egoísta. Pareciera que caminamos hacia atrás.
Pero lo que más desasosiego me causa es no saber cuál es la realidad, la verdad de todo lo que está sucediendo y por qué.
Yo, como la mayoría de vosotros, supongo, tengo muy poco contacto con una realidad que vaya más allá de mi corta familia, mi entorno laboral y escasas relaciones de vecindad, por lo que la mayoría del conocimiento de cómo la gente vive este presente, me llega a través de la Prensa y de la Televisión. Sí, también está internet pero, mal que me pese, no veo en ambos medios de comunicación grandes diferencias, salvo que este último te permite interactuar. Y también es cierto que una gran parte de nuestra sociedad, todavía no accede a ello.
En la Televisión elijo aquellos programas y contenidos más acordes a mi forma de entender la vida y la sociedad porque de lo contrario, no lo podría soportar. En tweeter sigo y, por la misma regla de tres, me siguen aquellos que piensan y entienden muchas de las circunstancias que nos rodean de la misma forma que las siento yo. También he de decir que los hay que me siguen desde el lado contrario a mi perspectiva y que yo también les sigo para intentar entender la suya. De igual manera que, de vez en cuando, busco en la tele la antítesis a lo que considero mi naturaleza, razón por la que sé que existe y que, si existe, es porque muchos millones de personas eligen a diario esa programación. Pero eso, no me acerca a la verdad.
Soy muy crítica con la “caja tonta” que de tonta, no tiene un pelo. Mucho más crítica que con tweeter porque en la televisión -al contrario que en tweeter que es mas un río revuelto- todo son habas contadas. Pocos “Medios” y con los mismos fines: beneficio económico. Y para más “inri”, la mayoría de ellos en manos de los mismos benefactores: los mismos dueños, la misma publicidad, que les subvenciona y decide lo que importa y lo que no, y la misma manipulación para que a ninguno de los que forman parte o sacan provecho de ese inmenso y poderoso grupo social (aunque pequeñito comparado con el nuestro) se le venga abajo su chiringuito.
¿Y en qué consiste su chiringuito? Vivir con un estatus económico años luz del de la mayoría de los mortales que les ven (y otros muchos a quienes no vemos, que sin duda, son los que manejan los hilos), por más que pretendan hacernos creer que saben y les importa cómo puede sobrevivir en este país, a día de hoy, una familia con 1000 euros (ya no te cuento si son 400 o 0).
¿Y cómo lo consiguen? ¿con el sudor de su frente? ¡No!, Por más que muchos de ellos trabajen -que no digo yo que no lo hagan- lo logran con la manipulación de quienes cada día encendemos el botón con el fin de asomarnos a una ventana que nos desconecte de la rutina y de la miseria en que se ha convertido nuestra organizada vida en sociedad. Especialmente de quienes, al carecer de poder adquisitivo que les permita gozar de las maravillas artificiales que han creado para el ocio, no tienen otra forma de estar en contacto con ellas que verlas a través del plasma. Porque eso sí, hasta en los hogares más miserables del Planeta, hay una televisión.
Y claro, como nos hacen creer que somos libres para elegir, creemos que seleccionando ver películas en vez de informativos o deportes en vez de determinadas series aparentemente sin sustancia o determinada cadena en vez de otra, nos sentimos a salvo de la manipulación. Pero yo creo que lo que consiguen es que no nos demos cuenta de que con todos y cada uno de los contenidos que eligen para nuestro ocio, logran el mismo objetivo: crearnos la realidad que, a quienes tienen en su poder la mayor parte del capital mundial, les interesa que creamos.
Pero yo, personalmente, no me lo trago. Y busco en cada programa; en cada informativo; en cada publicidad; en cada “personaje”; en cada serie; en cada espectáculo; cual es el interés que pueden perseguir, con el fin de intentar así conocer qué es y no verdad de lo que parece estar sucediendo en este planeta.
Sería estúpido decir que creo saber en cada momento cuál es su objetivo, nada más lejos de la realidad, ni siquiera creo que muchos de los que participan en este circo mundial lo sepan, pero, como en todo proyecto con un objetivo premeditado, nada puede ser casual, hay pautas que se repiten y dan pistas de por dónde pueden ir los tiros.
¿Habéis observado que, desde hace unos años, cada cierto tiempo aparece un caso de cruel asesinato, con unos determinados ingredientes, que se alargan en el tiempo hasta que no se pueden exprimir más? Y, apenas termina uno, surge otro. Sucesos que llenan miles de horas de programación, llenos de mentiras, especulaciones, víctimas y culpables. Y lo más triste de todo es que el origen está en la realidad.
Desde las niñas de Alcácer, Rocío Wanninkhof, Sandra Palo, Mari Sol, Marta del Castillo, el caso Bretón y ahora la pequeña Asunta, llenan horas y horas de programación que concentran la indignación y el deseo de justicia en unos cuantos asesinos y el deseo de reparación en unas cuantas víctimas. Cierto es que entre unos y otros casos suceden muchas otras barbaridades que tienen trascendencia o no, dependiendo de la cobertura que se les de desde los medios de comunicación. Pero mi intuición me dice que sólo parece interesarles, de cuando en cuando, que uno de ellos salte a la palestra. Lo mismo sucede con determinados conflictos sociales y con determinadas guerras o teóricos enemigos. Lo que sí es cierto es que mientras condenamos estos asesinatos, mientras identificamos a éstos individuos con la delincuencia o con el terrorismo, no nos entretenemos en analizar cuantos niños, ancianos, inmigrantes, excluidos, mueren a manos de quienes deciden invertir el dinero que entre todos aportamos a las arcas públicas en construir, por ejemplo, grandes infraestructuras para eventos deportivos, musicales, culturales, etc. etc., los que, por otra parte, la mayoría de nosotros, con nuestros míseros sueldos, no llegaremos a presenciar sino a través del plasma mientras sus gradas se llenan de esos otros que hacen de nuestras vidas su negocio.
Y nosotros aplaudimos a unos y condenamos a otros al grito que los tertulianos y periodistas nos marcan a través de la televisión. Mientras unos hechos los muestran como auténticas aberraciones (que lo son), otros pasan desapercibidos como si formasen parte de la normalidad de la sociedad cuando, si lo mirásemos bien, esto, en sí mismo, ya debería parecernos una aberración.
Hoy no me voy a meter con el fútbol, no me cabe. Pero no sé que pensar cuando veo gente coreando a Messi (en vez de reprobarle) al salir de declarar por haber estafado millones de euros al erario público de los muchísimos más millones que gana. Seguro que a la mayoría de los que le idolatran, no se les ocurra pensar cuantos enfermos se podrían curar y a cuantos niños se podría alimentar con el dinero que mueve todo ese mercado. Seguro que muchos de todos estos mercaderes sí que deben dinero a las arcas públicas y eso a pesar, no me cabe duda, de que evaden, estafan y escatiman legalmente en la medida que la globalización les permite. Y todo ello sin que a la mayoría "forofa" de este país y de este mundo parezca importarle, como si el fútbol estuviera por encima del bien y del mal. Por no hablar de la forma en que, aquellos que pagan una pequeña cantidad como socios del club, acosaron y exigieron responsabilidad, esfuerzo y resultados a los futbolistas del Valencia porque entendían que se habían relajado, mientras, permiten que sus gobernantes no tengan que rendir ninguna cuenta por la malversación de fondos públicos.
Lo siento, no he podido evitarlo.
Y sin embargo, en un país asfixiado por los recortes; las subidas de los impuestos; la cesta de la compra o los recibos de la luz, la ciudadanía, harta de escuchar la forma en la que se roba el dinero público y se reparte entre los “amiguetes” (eso sí, todo legalmente o difícilmente demostrable ante un juez o con nimias consecuencias en el mejor de los casos) y aun “supuestamente” indignada por ello -como también pretenden hacernos ver los medios de comunicación, cuando les interesa-, sigue siendo una mayoría silenciosa que, a pesar de ser las víctimas, tan sólo consigue unirse frente a un televisor a aplaudir lo grandes que son sus ídolos, lo majestuosas que son sus casas, las maravillas de los países que visitan, lo exclusivo de los menús que comen, los fantásticos hoteles y playas en los que disfrutan del dinero que ganan a costa de nuestra pleitesía, eso sí, con el norte puesto en ser un día como ellos.
Ya pocos ciudadanos parecen aspirar a ser buenos periodistas; buenos cantantes; buenos actores; buenos políticos; buenos deportistas; buenos escritores... sin el sueño de convertirse en multimillonarios. Para el resto que aspira a ser buen trabajador, buen amigo, buen vecino, hijo o hermano; buena persona, una persona feliz..., queda la primitiva.
Pocos no sueñan con poder gozar de esa realidad que nos muestran a través de un plasma y que muchos de nosotros, por eso, y sólo por eso, sabemos que existe.
La mayoría de nosotros, personas normales, somos incapaces de pensar si no será, precisamente, esa realidad -esa escandalosa forma de vida a la que sólo tienen acceso aquellos y otros pocos que, por unos u otros motivos, han alcanzado la élite- la culpable del sufrimiento de millones de miserables de esta sociedad a los que, en el mejor de los casos, un día se les permitió hipotecarse para tener una vivienda humilde, un coche humilde, disfrutar de vacaciones humildes, trabajar con una mínima dignidad y recibir una educación y una asistencia sanitaria básicas. Y todo ello para al final terminar siendo, según ellos, los culpables y los responsables de que ahora se viva una crisis económica que, por otra parte, a aquellos que nos culpan, no solo no les afecta, sino que, por el contrario, les proporciona un nuevo medio para obtener mayores beneficios que les alejen aun más del común de los mortales. Y tal vez por eso hoy, ese común, está renunciando a todos sus derechos y agachando la cabeza mientras aplaude a sus ídolos, sus dioses. Y, tal vez, por eso dicen hoy, que hemos tocado fondo. Ese fondo del que el 90% de nosotros, no saldremos jamás.
Nos muestran que el sistema está creado para el disfrute descarado de los ricos, nos hacen creer que podemos ser como ellos, nos distraen mostrándonos que algunos de los nuestros lo consiguieron y en lo más profundo de nuestro ser, nosotros seguimos deseándolo desde las listas del paro; desde las rebajas y las congelaciones salariales; desde la falta de oportunidades de nuestros hijos para poder estudiar y lograr prosperar como aun pudimos creer que habíamos hecho algunos de nosotros; desde el terror a contraer una grave enfermedad y no disponer de los medios necesarios para luchar contra ella; desde el miedo a perder nuestro trabajo y no poder afrontar el pago de nuestras hipotecas; desde la inseguridad de que mañana seas tu quien con tu miserable pensión, tengas que mantener a tus hijos y nietos hasta el día que te mueras con el único consuelo de que no desearán que eso suceda porque se quedarían en la calle; desde la esperanza de conseguir un puesto de trabajo en condiciones miserables de explotación, sin derechos y sin seguridad de que te vaya a durar más de lo que a ellos les dure el beneficio fiscal que obtengan por contratarte a ti y no a un joven, o viceversa.
Mientras, ellos seguirán repartiéndose los puestos de trabajo de élite en sus empresas de élite y como aun les parece poco, los de asesores en la Administración o los de políticos legitimados por las urnas con nuestros votos. Seguirán colocando a sus hijos en las empresas de sus amigos y seguirán siendo quienes nos gobiernen por los siglos de los siglos porque ellos serán los que tendrán la preparación, los masters, hasta las carreras universitarias, porque cada vez, para nosotros será más difícil. Ellos seguirán manejando los medios de comunicación porque en definitiva, es a ellos a quienes les otorgamos el poder.
Y sus hijos serán los principales candidatos a ser los mejores cantantes, los mejores músicos, los mejores actores, los mejores futbolistas, los mejores políticos, los mejores empresarios, los mejores periodistas, los mejores presentadores,los mejores deportistas y hasta los mejores reyes. Para los demás, quedan los concursos en la televisión.
Ya lo hacen, siempre lo han hecho y de no poner freno social a esto, lo harán para siempre.
Está claro que la sutil forma en que nos manipulan, no está a la simple vista de cualquiera pero como considero que es importante que nos demos cuenta de que la televisión no está concebida con el fin de entretenernos, sino con el de adiestrarnos en la forma en que nos necesitan, escribo hoy esta entrada, como siempre, para hacer pensar y observar desde una óptica crítica y constructiva.