domingo, 19 de enero de 2014

NO PODRÁN EVITARNOS

Recuerdo aquellos días de febrero del año 2012, apenas llegado al Gobierno el Partido Popular, cuando ya empezaba a vislumbrarse que todas aquellas promesas electorales habían servido, única y exclusivamente, para obtener el poder, para más “INRI” -entre estúpido castigo e incauta abstención- con mayoría absoluta.
Recuerdo mi pacífica expectación, respetuosa como me gusta ser de la democracia, sobre como transcurriría aquella legislatura que acababa de comenzar. El Partido Popular había ganado, eso era un hecho, y en sus manos estaba el Gobierno de España. Habían prometido no tocar pensiones, sanidad ni educación y se habían erigido en el partido de los trabajadores, merced a su supuesta milagrosa capacidad de crear puestos de trabajo y calidad de vida. Debía pues aparcar mis recelos -creyéndoles como les creía herederos del régimen dictatorial- y dejarles trabajar. Al fin y al cabo, lo importante era remontar la terrible crisis que cada día se cebaba más con los millones de parados que, por entonces, ya eran muchos más de los que un país desarrollado se podía permitir.
Fue entonces cuando se despertó la primavera valenciana.
Lejos quedan ya en la memoria de los españoles -que por lo demás ha demostrado ser débil y a corto plazo- aquellos días en que, quienes vivíamos en Valencia, pudimos experimentar en primera persona, cómo tenía pensado conseguir sus objetivos el Partido Popular. Y eso que, por entonces, aun no habíamos percibido con tanta claridad como lo hacemos hoy en día, quienes iban a ser los verdaderos beneficiarios y las verdaderas víctimas de sus manejos políticos y económicos. Lo intuíamos, eso sí es verdad.
Cuando empezaron en Valencia las protestas, porque para entonces la ruina del Pais Valenciano era ya evidente y palpable; cuando empezaron a salir de los cajones las facturas pendientes de pago, ocultadas por el ayuntamiento y el gobierno autonómico; cuando empezaba a caerse la fantasía que habían creado a base de grandes construcciones y fastuosos eventos; cuando las farmacias tuvieron que dejar de suministrar medicamentos que no podían pagar por la deuda que la Consejería de Sanidad tenía con ellos; cuando profesores y alumnos de los colegios públicos -esto es niños de “primaria” de entre 4 y 12 años, y de ESO, de entre 12 y 16- salieron a la calle en el Colegio Luis Vives para que la sociedad fuese consciente de la situación económica real de las arcas de la Comunidad Valenciana, la Delegada del Gobierno, Dª Paula Sánchez de León, vistió a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado con sus mejores galas (chalecos antibalas, cascos, escudos, porras e incluso pelotas de goma) y envió sus hordas a la puerta del Colegio para sofocar tamaña insurrección.
Cierto es que por unos días la sociedad valenciana se convirtió en una sola voz pidiendo la dimisión de aquel cargo público, nombrado por el Gobierno, por semejante estupidez (por no llamarlo abuso de autoridad o cualquier otro término más ajustado a Derecho, que seguro existe). Y cierto que de nada sirvió que durante días, la ciudadanía, especialmente la juventud, se lanzase a las calles a pedir justicia para los apaleados y detenidos, para que nunca más tales despropósitos pudieran volver a repetirse en un país que se decía Estado social y democrático, donde los ciudadanos tenían derecho a manifestar cuál era la realidad que estaban viviendo.
Tan cierto como que el 99% de las protestas fueron absolutamente pacíficas; tanto, que la policía terminó custodiando las manifestaciones con sus normales atuendos de gorras con visera, una vez toda la prensa internacional -todo hay que decirlo- estuvo encima y pendiente de lo que en aquella primavera valenciana, estaba sucediendo en España; tan cierto como que la televisión autonómica, en manos desde hacía años del Partido Popular, silenció, manipuló y tergiversó a su antojo, como reconocen ahora que ya ni existen; tan cierto como que las fallas lograron acabar con aquella cremá, en el momento en que empezaron a aparecer sobre las calles de Valencia las primeras luces, las primeras churrerías y los primeros ninots.
A aquella solidaria manifestación popular de rechazo a la violencia gubernamental, que fue la única violencia que hubo, siguieron sanciones y juicios, la mayoría de ellos sobreseídos, pues en aquel momento, en el que todavía parecía respirarse un respeto por los derechos de los ciudadanos y por la democracia en este país, el gobierno no tenía legitimidad para hacer lo que pretendió hacer: acabar por la fuerza con cualquier resquicio de oposición al régimen “mayoría-absolutista” que pretendía implantar en este país.
Pero no es fácil silenciar a la ciudadanía, menos cuanto más oprimida se siente y cuanto menos tiene que perder. Los acontecimientos que han tenido lugar durante estos dos años, sobra relatarlos: desde la lucha anti-desahucios pasando por la defensa de una sanidad pública que pretenden regalar y el derecho a la Educación sin intromisiones políticas ni interesadas, hasta los sucesos en Gamonal, todos son ejemplos, como lo son todas y cada una de las medidas que ha ido tomando este Gobierno, con poder legítimo absoluto, si obviamos las mentiras que dijeron y las verdades que ocultaron para conseguirlo.
De aquellos barros, estos lodos. Hoy es la Ley de Seguridad Ciudadana la que con su supremacía parlamentaria, fruto de leyes de representación injustas e interesadas, pretende legalizar lo que hasta ahora es ilegal. 
Poco importa si dentro de unos años las aguas vuelven a su cauce y otro Tribunal Constitucional acaba dictaminando que todas las leyes que este Gobierno está promulgando no son constitucionales -desde luego que de conformidad con el espíritu inicial de la Constitución, bajo mi humilde opinión, no lo son-, porque a ellos no les importa nuestro futuro, probablemente ni siquiera el suyo, sino su presente. Y este pasa por acallar a todo aquel que pretenda sacar a la luz las vergüenzas de quienes ostentan el poder político o económico, que desgraciadamente, cada día está más próximo a ser lo mismo.
A día de hoy, la mayor parte de las protestas sociales son pacíficas y en nuestro país han descendido los delitos, con excepción de los robos en domicilios y me apuesto un dedo meñique a que no entran en las casas que tienen sofisticados sistemas de seguridad, sino en aquellas a las que es más fácil acceder y donde apenas hay qué robar.
Y ahora pensad: ¿de verdad esta Ley de Seguridad está ideada para protegernos a la mayoría de los ciudadanos, a los humildes, a los verdaderos desprotegidos por este sistema?

Mucho me temo que no.


viernes, 3 de enero de 2014

SANTOS INOCENTES


Hace ya más de dos años que venimos asistiendo al espectáculo de Gobierno del Partido Popular.
Hasta la saciedad he repetido que respeto la ideología de cada cuál y que cada uno es muy libre de depositar en las urnas la papeleta que desee entre las muchas opciones y escasas alternativas. Sin embargo, hoy por hoy, no sólo me escandalizan las encuestas de intención de voto, sino que además, me entristecen sobre manera porque no entiendo nada de nada.
El bochorno de la más que probable financiación ilegal del Partido en el Gobierno o, simplemente, sospechosamente irregular, porque los delitos no parecen sacudir las altas instancias de poder sino únicamente al humilde e indefenso ciudadano de a pie; la más que presunta actuación irregular y fraudulenta de sus tesoreros desde su fundación, de la que por mucho que se empeñen en negar, no han sido ajenos ni sus sucesivos presidentes ni sus secretarios generales ni ninguno de los que, en las altas instancias del mismo, no sólo se repartían los puestos de mayor poder, sino los sobres para compensar tan ingrata y mal pagada tarea; la innumerable lista de casos abiertos por corrupción urbanística que pone en evidencia, más que palpable, el escaso sentido y sentimiento de servicio público que acompaña a un, más que considerable, elenco de políticos de ese partido, por mucho que ni sea el único ni en exclusiva se reserve el mérito de hacerlo en esta fauna constitucional en la que se han convertido nuestras instituciones; y a pesar de todo ello, nada parece haber calado en sus votantes.
Y me indigno.
No sólo por la farsa pre-electoral y post electoral de la que han hecho y hacen gala desde que se inició esta legislatura, fraude que promete prolongarse hasta el infinito y mucho más mientras sigan gobernado, a pesar de que no hayan sido sólo palabras que se ha llevado el viento sino que pueden constatarse fácilmente en horas y horas de grabaciones que reflejan, mucho más que errores o contradicciones, mentiras puras y duras.
No sólo porque hayan sumido a la mayoría de la población española en la pobreza y en la desprotección, con millones de familias sin ingresos; miles de desahuciados de sus hogares; cientos de miles de pensionistas empobrecidos repagando sus medicamentos; dependientes abandonados a su suerte; escuelas públicas esquilmadas en beneficio de las privadas y concertadas, sanidad medio vendida o medio regalada; servicios públicos entregados a la explotación de las grandes empresas con el consecuente, por más que lo disfracen, aumento de costes de los mismos, como comprobamos cada día con servicios que como el agua, el gas o la luz, las personas necesitan para subsistir con un mínimo de dignidad; subidas de impuestos en productos y suministros básicos, etc. etc; un empezar y no acabar, sin que la mayoría consiga ver la luz al final del túnel porque poca luz hay y con sus políticas cada día es más duro atravesarlo.
Y me exaspero.
Porque en el fondo, lo que más me preocupa de todo, es que frente a eso, frente a la traición a la ciudadanía que les votó con la esperanza de que velasen por sus intereses y la confianza en que cumplirían sus promesas electorales; frente al recorte no sólo de derechos básicos sino también de las más básicas libertades; frente a este gobierno de mayoría absoluta con el que la democracia ha pasado a estar sometida al poder absoluto del Partido Popular en el Parlamento; frente a la imposición sin diálogo, sin negociación y con absoluto desprecio al resto de los ciudadanos que depositaron su voto en las urnas confiando en un juego democrático que no ha pasado de resultar una farsa; frente al oportunismo para imponer medidas de carácter ideológico que nada tienen que ver con las necesidades sociales sino con otros intereses, incluidos los religiosos, machistas, discriminatorios y clasistas, que no llego a entender; aun muchos de ellos, sigan creyendo que merecen su confianza.
Y porque, a pesar de las muchas tropelías y errores cometidos; a pesar de la oposición de sectores tan importantes de la sociedad en asuntos tan fundamentales como la seguridad, la educación, la justicia, la sanidad; a pesar de la sombra de la duda de la corrupción sobre muchos de ellos; nadie debe dimitir ni tan siquiera ser sustituido (para cojones los míos), excepto los funcionarios que tienen a su cargo velar para que la Administración cumpla el papel social que la Constitución le otorgó y no se convierta en un mero instrumento del ejecutivo para esconder sus abusos de poder y servir a los intereses del partido en el Gobierno, sea este del signo que sea. Y a pesar de todo, las encuestas de intención de voto, les siguen otorgando la mayoría.
Para ser sincera, me queda la esperanza de dudar de si esto será verdad u otra burda mentira.
Me pareció curiosa la fecha elegida para las elecciones generales de 2011: el 20 de noviembre, onomástica de la muerte del dictador. Ahora, mirando hacia atrás y observando lo que han conseguido en estos dos años de gobierno, no me sorprende en absoluto, pues más pareciera un punto y seguido a aquel día de 1975 en que el todos pensamos que habíamos recuperado la soberanía y la dignidad ciudadana, que una etapa más de la democracia de la que ya empezábamos a creernos protagonistas.
Y por eso, no me sorprendería en absoluto que, para mayor escarnio, la próxima cita electoral, sea un día 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes.