domingo, 21 de septiembre de 2014

IMPASSE ELECTORAL


Me siento a escribir más por compromiso conmigo misma que porque sepa o tenga algo nuevo que contar.
No sé si es porque he estado desconectada este verano o porque mi TL está tan pasivo como yo pero tengo la impresión de que ya hemos entrado en un “impasse” electoral.
No parece ser el momento de la acción sino más bien el de la promoción; el de la propaganda; el de la mentira; el de la manipulación de los datos y de las estadísticas; el de guardar leyes en el cajón, el de todo vale por un voto. Y todo ello porque, no en vano, la suma de todos los que consigan les dará, a unos o a otros, no sólo el gobierno y la gestión de lo público -eso equivaldría a una labor social que la mayoría no parece dispuesta a ejercer- sino el poder: el poder de decidir quienes ganan y quienes pierden posiciones en esta lucha sin cuartel por el dinero, por el estatus o por el puesto que más les facilite el acceso a ambos.
Recuerdo que hace unos meses, en un post, rememoraba como eran las campañas electorales durante y después de los primeros logros de la transición: largas, ruidosas y sucias; sucias de octavillas sepultando el suelo y de grandes carteles empapelando las paredes sin discriminación.
Superada esa primera fase de ilusión democrática, nuestros políticos entendieron que era necesario regular esa práctica y aprobaron leyes que las reducían en el tiempo y que limitaban la propaganda a sitios determinados y espacios televisados en los que durante el tiempo que duraban aquellas campañas, la televisión pública hacía las veces de árbitro que velaba por una representación plural y teóricamente proporcional a la presencia de cada partido político en el espectro nacional. Así mismo, daba también la impresión de que la aprobación de leyes que regulaban la financiación de los partidos así como la aportación desde las arcas del Estado a ella, suponía ascender un escalafón más en la escalada hacia una plena democracia y hacia la igualdad de oportunidades en el derecho de representación parlamentaria y en el acceso de cualquier ciudadano -a través de un partido político, eso sí- a los puestos de decisión.
Y todo ello con el fin de que la soberanía fuese ejercida directamente por el pueblo español y de que estuvieran representados todos los intereses y todas las ideologías, si bien habrían de ejercer las labores de gobierno y en base al programa electoral propuesto, aquellos que obtuviesen la mayoría de votos o aquellos que consiguiesen los apoyos necesarios para obtener esa mayoría que les permitiera gobernar. Más o menos ese mismo sistema se trasladó a todas y cada una de aquellas administraciones locales y autonómicas que esbozó la Constitución.
Lejos parecía quedar ya la sombra de aquellos tiempos del franquismo en los que el Jefe del Estado concentraba todo el poder y en que ocupar puestos de supuesta representación -en unas Cámaras que simulaban una democracia- o puestos políticos de gobierno o de poder, era un privilegio al alcance tan sólo de los que estaban del lado del dictador y de quienes ostentaban, por la misma regla de tres, una alta posición económica y, por tanto, social.
Hoy en día, la verdad, es que no lo veo tan lejano.
Sin embargo -sobres, anotaciones falsas y corrupción aparte, que demostrado queda que lo ha habido y lo hay- ¡qué lejos ya también aquellos tiempos en los que las campañas electorales eran el escaparate de las propuestas para gobernar!. Ya ni siquiera tiene importancia dar a conocer cual va a ser el programa electoral porque demostrado ha quedado también, por activa y por pasiva, que poco o nada en él es obligado cumplir ni respetar y que pocos son los que votan a un programa y millones los que se decantan por un determinado partido cuya ideología dan por supuesto que les ha representado, les representa o les representará.
A día de hoy, esa forma de campaña se limita a ser única y exclusivamente una escenificación; una especie de tradición; una especie de espectáculo semejante a los mercados medievales que se celebran actualmente a lo largo y ancho de nuestro territorio; representaciones teatrales como la del Tenorio el día de los Todos los Santos; de eventos históricos, como en Soria la hazaña de Numancia; fantásticos o milagrosos, como en Elche el famoso misterio; incluso casi neardentales, como en Tordesillas el brutal asesinato del toro en la vega.
Reminiscencias de un pasado que, mejor o peor, es tan sólo historia, pues tan lejos de la realidad que vivimos están esas representaciones hoy en día, como los tiempos y los espacios actuales pre-electorales, los mítines o las grandes imágenes con fotosop en las carteleras de las principales avenidas de las ciudades, lo están de ser lo que, llegados los momentos previos a acudir a las urnas, decidirá el voto de la ciudadanía.
Cada día queda más patente que ahora los “modus vivendi” los deciden las cadenas de televisión, especialmente las privadas, en base a su propio diseño de la realidad y de las necesidades de las personas que son, justamente, aquellas que a ellos, y a quienes los financian y controlan, les hacen ganar dinero. Y es por eso que, de la misma forma, son esos medios de comunicación en manos de grandes capitales -capitalistas cuya ideología y proyecto son el fiel reflejo de los ideales y los valores de la derecha en este sistema- los verdaderos artífices de la propaganda, el populismo y la demagogia de la que, sin embargo, acusan a quienes intentan cambiar este por otro sistema mejor o al menos mejorar este para que sea, no ya más justo, sino menos injusto para la gran mayoría.
Y es por eso por lo que también pretenden, cada día con más descaro, manipular la intención de voto que se traducirá en la alternativa que se haga con el poder cuando se produzca el evento electoral, al menos durante los siguientes cuatro años. Y es por eso por lo que creo que se se han convertido, actualmente, en los auténticos protagonistas y gestores de las campañas electorales.
Y claro, así tiene que andar Pedro Sánchez de plató en plató. Porque tanto se ha comido el capital de la derecha a la izquierda y a la ideología socialista, que carecen de medios propios de comunicación desde los que lanzar su propaganda electoral de cara a conseguir los votos y de cara a que la gente reconozca a su guapísimo y simpatiquísimo candidato y escuche lo que desde el PSOE creen que sus potenciales votantes quieren escuchar. Y es así como creo que el PSOE se ha convertido en servidor de la derecha. Y así tiene que andar Pablo Iglesias lanzándole un guante en un programa de La Sexta para poder demostrar, o al menos intentar, que lo que su partido propone tiene su base en la necesidad de una verdadera democracia y una justicia que funcione de forma independiente así como en una economía más justa y real, sin que tengan necesariamente que venir respaldados ni financiados por ningún terrorismo ni por ningún absolutismo o gobierno similar.
Y todo ello, supongo, con el afán de intentar contrarrestar el poder del resto de horario de televisión en los que a los que tienen el poder y el control, les sale gratis especular. Y todo ello porque parece que en las redes sociales no es tan claro el control, y aun parece funcionar algo la libertad, y ven peligrar esa supremacía que durante casi 40 años de democracia, a unos y a otros les ha funcionado tan bien. Y todo ello porque parece que lo que sí es verdad es que es eso lo que esta sociedad empieza a demandar.
Porque lo que sí queda claro es que la derecha, y cuando hablo de esta derecha me refiero al Partido Popular, los medios los tiene todos, incluidos los de la Iglesia Católica, siempre tan con los pobres que, al menos en este país, nunca se movió de la derecha de aquellos que ostentaran el poder, cuando no fue ella la que sometió a los gobiernos a su poder con el principal objetivo de obtener riqueza, por más que, en otros tiempos, lo disfrazasen de fe e hiciesen creer que su poder les venía directamente del que un supuesto Dios les otorgó.
Y merced al poder otorgado en las urnas, cuentan también con las televisiones públicas que, hace ya mucho tiempo que nadie pone en duda, están al servicio de quienes gobiernan por mucho que la legislación diga velar por un servicio público objetivo y sin manipulación. Todos sabemos que esto es sólo una gran mentira; que quien gobierna, sobre todo si es con mayoría absoluta, hace y deshace de la misma forma que controla y maneja la justicia y el Parlamento. Eso, como la división de poderes, es a día de hoy una pura falacia.
Cierto es también que para que este país y para que esta democracia parezca real, es importante mantener el teatro y que, de cuando en cuando, asomen a algunos de los programas que también dependen de su capital, aquellos otros partidos u opciones políticas o sociales que aspiran a llevar a cabo otra forma de economía en la que cada persona que nace tenga derecho a unos mínimos de dignidad y en la que el reparto de la riqueza se haga de forma más justa y racional, opciones que están, desgraciadamente, no sólo a años luz de los planes de los que cada día controlan más el capital y controlan más capital, sino también de aquellos otros que, como el PSOE o los sindicatos más representativos, a lo largo de nuestra historia más reciente, han ido arrimándose al sol que más calienta y a los que no les interesa ya la justicia social porque a aquellos que en sus élites ostentan su cota de poder, también este nuevo sistema les quitaría alguna de sus muchas vacas para poder dar leche a muchos otros que de lo contrario, no podrían ni comer.
Así el neo-comunismo -como ahora le llaman, porque decir el “socialismo” comprometería su supuesta identidad- ya no tiene cabida en este maravilloso sistema global y allá donde quiera florecer, los campos serán segados, de una forma o de otra, por este sistema y por quienes manejan los hilos en él.
Así, tal vez -y digo sólo tal vez porque hace tiempo que en Valencia nos cerraron la puerta a ver la TV3 e incluso el derecho a nuestra propia televisión autonómica (ejemplo manifiesto del uso que se hizo del dinero público en lo referente a la televisión)-, por eso están ahora en Cataluña pidiendo la independencia y por eso el partido que se encuentra ahora al frente del Gobierno catalán, el único con capacidad para ello, la promueve un día sí y otro también a pesar de que semejante propuesta no formase parte de su programa electoral, como hubiera sido lo razonable.
Porque, por unos motivos u otros, está claro que ahora a CIU – y tal vez también al partido en el Gobierno español- le interesa tener a la gente agitando la bandera del independentismo, quizá para no tener que explicar el fracaso de sus políticas económicas y asumir su responsabilidad; quizá porque es mucho más útil echar las culpas a otros de nuestro propio fracaso; quizá sólo para distraer; quizá sólo para crear miedo y división; quizá porque en toda la nueva historia democrática de este país tras la Constitución y el régimen autonómico que proyectó, a nadie se le había ocurrido otro momento mejor.
Y la mayoría de la ciudadanía de Cataluña, entre los “santos cojones” del Gobierno del PP -que ayudan y no poco- y los “santos cojones” del Sr. Mas, cada día se inclina más al sí a la independencia. Y en poco tiempo hemos pasado de hablar del derecho a opinar, del derecho a un referéndum para poder manifestar el sentir de la sociedad catalana con el que siempre estuve de acuerdo, a la posibilidad de llevar a efecto una declaración de independencia, pues, o mucho están engañando a la ciudadanía o imagino que esto no tiene otro camino u otra meta. En el camino que pueda tomar el Estado español, con estos “demócratas” a la cabeza, no quiero ni pensar.
Ahí andan jugando con fuego, o al menos haciéndonoslo sentir así. Y lo peor de todo es que al final, podremos quemarnos todos y que no serán los ricos ni los políticos los que se quemarán. Como siempre, lo pagaremos los de abajo. españoles, catalanes, europeos o como coño quieran que nos queramos sentir y bajo la bandera que a unos u a otros, en cada momento, les interese que nos debemos cobijar.
Mientras, muchos de nosotros, hace tiempo ya que sabemos que son unos poderes económicos globales los que nos gobiernan y que el resto -políticos incluidos- funciona porque sirve para escenificar, engañar y manipular a la mayoría de la gente de a pie, a los que, como tu y como yo, tan sólo somos personas, ciudadanos y seres humanos con pretensión de vivir con dignidad y poco más. Y eso, me imagino que es igual aquí, en África, Venezuela, México, Siria, Ucrania, Irak, Israel, China, Rusia, Palestina o Fernando Pó.
Y sin embargo, así va evolucionando la civilización humana bajo la amenaza de las guerras, del terrorismo, del terror o simplemente del miedo.
Y sin embargo, las pruebas nos remiten a que de lo único que se ha demostrado capaz este sistema es de aumentar vertiginosamente las ya de por sí históricas y tradicionales grandes brechas entre los países más ricos y poderosos y los países más pobres -de los que los primeros no han hecho sino aprovecharse a lo largo de la historia, desde convertirse en sus conquistadores y someterles, hasta convertirse en sus benefactores, financiar sus ejércitos contra quienes pretendiesen otro tipo de economía o de libertad o prestarles capitales que jamás podrán devolver a cambio de explotar y obtener el beneficio de sus propios recursos naturales y que por derecho, sólo a ellos correspondería- así como dentro cada país, la brecha entre las personas más ricas -que cada día son más ricas en base a un sistema inversor y especulador- y las personas más necesitadas -a quienes se les van cerrando las vías para subsistir sino es vendiendo su fuerza de trabajo cada día a más barato precio y en condiciones más precarias y siempre con la espada de Damocles sobre sus cabezas porque este sistema tan fantástico genera crisis de tan enorme calado, que lo primero que hace desaparecer o lo primero que dicen poder crear, ¡qué casualidad!, son los puestos de trabajo de la gente más pobre y por tanto mas indenfensa-.
La verdad es que no quería hablar de nada en concreto y tampoco de nada en profundidad porque lo cierto es que no me gusta hablar mucho de lo que no entiendo y he de confesar que cada día entiendo menos por lo que a menudo, me planteo que lo mejor sería callar.
Lo que sí tengo claro es que todos aquellos que como única bandera queremos que ondee el respeto, la paz y la justicia social, por mucho que las alternativas parezcan darnos la razón, me temo que a la vista de la realidad, a corto plazo, no podremos hacer mucho más que concienciar y que por mucho tiempo, tendremos que seguir soñándolo.
Al menos mientras la mayoría no entienda dónde está nuestro poder y nuestra única opción de sobrevivir con dignidad: en la unión y en la solidaridad.
Y al menos mientras no empecemos a llamar a las cosas por su propio nombre y veamos la realidad de que los medios de comunicación, solo son, a día de hoy, medios de manipulación.
Desde luego que a veces, al menos en lo económico, preferiría volver al trueque y pasarme tanta legislación por el forro de las entretelas.