sábado, 31 de mayo de 2014

RENTA BÁSICA

Hoy, me siento atrevida. Y como atrevida es la ignorancia, voy a plantear mi punto de vista sobre el tema de la renta básica, algo que para algunos sería una barbaridad, para otros una posibilidad de generar riqueza, para otros un chollo y para muchos otros, por desgracia hoy en día en nuestro país, una tabla de salvación.
Y claro está que lo voy a hacer desde la teoría y desde el corazón más que desde la realidad de las cifras porque, a decir verdad, a partir de determinados ceros, las números, a mi humilde persona, no le caben en el cerebro. No obstante, afortunadamente a estos efectos, habría otros más capacitados para echar las cuentas y seguramente que también para crear las condiciones más justas.
Lo primero que se me viene a la cabeza es imaginar un hipotético caso en que una determinada sociedad, decide votar a un determinado partido político que lleva en su programa hacer efectivo si logra el apoyo de la mayoría, que todas y cada una de las personas que nacen en un determinado país -en concreto en nuestro país- tengan derecho, por el solo hecho de haber nacido en él, a que el Estado contribuya a su desarrollo y supervivencia con, digamos, 300 euros al mes, por poner una cifra.
Tampoco es el único ejemplo de renta básica, pues decidme si no es verdad que una renta es lo que obtienen, por ejemplo, los miembros de la Familia Real por el mero hecho de serlo. Bueno, lo de básica, es un decir.
Yo lo imagino como cuando un individuo nace, sea deseado o no -a decir verdad, incluso antes-, y por el sólo el hecho de nacer adquiere determinados derechos y deberes en relación a sus progenitores; derechos y deberes mutuos que son además irrenunciables. Y no lo digo yo, lo dice el Código Civil cuando regula el nacimiento y las relaciones familiares. Y no sólo los adquiere frente a sus progenitores, sino también ante la sociedad y por lo tanto ante el Estado, supuesto garante de los mismos.
La imaginaria relación que podría establecerse entre el Estado y sus ciudadanos, vendría a tener un espectro similar. ¡Y no penséis que esto es tan marciano! No en vano, entre unos y otro existen relaciones parecidas, reguladas y regladas, por las que, según la Constitución, los ciudadanos, por el mero hecho de serlo, tienen determinados derechos y deberes respecto al Estado y éste a su vez respecto a sus ciudadanos, igualmente irrenunciables, al menos, en teoría.
Lo vengo a decir, porque está claro que la idea de una renta básica “per cápita”, no está concebida como un chollo para que la gente pueda vivir de ella sin tener que trabajar, sino como un derecho de los ciudadanos, de todos y cada uno de ellos, a recibir de los poderes públicos la mínima y debida protección económica, de la misma forma que desde su nacimiento reciben protección jurídica, al margen de las obligaciones de sus progenitores y les parezca bien a estos o no. Porque es el Estado, a través de las legislaciones, el que en definitiva establece las reglas del juego, por encima de las relaciones familiares y por encima incluso de la persona como ser individual. Y esto es así, nos guste o no.
En una sociedad medianamente normal, al menos en nuestro “supuesto” estado de civilización, a nadie se le ocurriría pensar que los individuos optan por concebir por el mero hecho del beneficio que un hijo les podría reportar, sino que más bien lo hacen, o sin pensar o sin querer, o desde la responsabilidad de las obligaciones que traer un hijo al mundo les habrá de acarrear. En todo caso, si esperasen obtener algún beneficio o alguna satisfacción, desde luego que estos serían más a nivel afectivo y emocional que desde un punto de vista económico. Y ello sin perder de vista que, de forma natural y desde el origen de los tiempos -al menos conocido- la reproducción es tan consustancial a los seres vivos, como lo es la propia esencia de la vida.
También es posible que tal vez algunos pensasen en tener hijos por el derecho a percibir esa renta pero, dado que el derecho sería de la persona, el máximo tiempo por el que los progenitores se podrían “beneficiar”, sería hasta su mayoría de edad y habida cuenta de lo que económicamente cuesta criar un hijo con tan solo lo básico para su supervivencia y habida cuenta también de la debida tutela que el Estado ejerce y debe ejercer sobre los menores de edad, sinceramente, ni creo que compense ni creo que, en su caso, debería compensar.
Y lo que no es menos cierto es que tal vez sea peor para una sociedad ir envejeciendo por el miedo a no poder acceder a los recursos necesarios para que los nacidos se desarrollen con unas mínimas condiciones de dignidad o que estos nazcan -y nacen y viven o mueren- sin ellos. O, ya puestos, que otros ni lleguen a nacer porque algunas madres (y padres, no lo vamos a ignorar) ante hechos consumados, consideren una responsabilidad optar por abortar, visto lo que se les viene encima y el futuro que a sus hijos les espera.
A veces se me viene a la cabeza que, de seguir por estos derroteros, sólo los hijos de los ricos tendrían derecho a nacer. ¡Que cosas se me ocurren!.
Lo que sí tengo claro es que, en una sociedad en la que el 60% de los jóvenes no tiene acceso a un puesto de trabajo; en la que el 26% de las personas en edad laboral, tampoco lo puede encontrar; en la que muchas familias ni trabajando consiguen llegar a fin de mes; en la que miles de niños la única comida decente que hacen al día es en los comedores escolares; en el que miles de pensionistas no pueden acceder a la necesaria medicación; en el que en miles de hogares no encuentra trabajo ninguno de sus miembros; en el que tantas personas han pasado a engrosar las listas de los marginados sociales: sin trabajo, sin dinero, sin techo y sin comida; en el que las diferencias sociales cada día aumentan más y más; algo hay que hacer para revertir esta pirámide mortal. Y hablo de miles por no sumar, porque entre unos y otros, en realidad, son millones.
Es cierto que tal vez mucha gente podría sobrevivir con esta renta y no se molestaría en tener que trabajar pero también es cierto que ese es su problema y no el del resto de la sociedad. Y también que el Estado podría quedar exento de esta obligación desde el momento en que el ciudadano dejase de residir en el país, así como durante el tiempo en que pasasen a residir, a cargo del Estado, en alguna de las muchas celdas en las que alojamos a los que optan por formas no legales de obtener sus rentas o desahogar sus peores instintos. Y cierto también que habría otras muchas cosas, como por ejemplo el fenómeno de la inmigración, que sería imprescindible considerar para no faltar a la justicia ni traicionar la cordura.
Luego viene la segunda parte. Supongamos que es cierto que una parte de la sociedad se conformase con esa renta básica. ¿Que se habría logrado? Por una parte, que todos los ciudadanos, por el mero hecho de serlo, pudieran sobrevivir -que no es poco- sin tener que delinquir, sin tener que mendigar. ¿Y cómo sobrevivirían? Consumiendo. Consumiendo lo básico, pero consumiendo. ¿Y que supone ese consumo? Pues supone dinero en circulación, demanda, empleos, ahorro, impuestos, de tal forma que, de alguna manera, ese mismo dinero invertido en la sociedad, redundaría en las inversiones privadas y en las arcas públicas si los beneficios y la contribución al bien social se distribuyese de forma justa y equitativa, proporcionando así el capital que el Estado necesita para proveer a sus ciudadanos de, al menos, los derechos básicos que les otorga la Constitución, en realidad de los tan cacareados y ninguneados derechos humanos. Pues para eso debe existir el Estado, o eso creo yo.
Porque, y esta es la tercera cuestión, ¿de verdad pensáis que la mayoría de los ciudadanos se iban a conformar con esa renta básica de supervivencia y no iban a querer trabajar para procurarse un mejor nivel de vida? ¿De verdad creéis que una familia media de, por ejemplo, cuatro miembros, se limitaría a intentar subsistir con 1200 euros al mes?
Yo creo que no aunque lo que de verdad desearía es que lo de menos fuese la cantidad.
Creo que la mayoría de la sociedad seguiría demandando esos trabajos con los que realizarse como personas y con los que mejorar su calidad de vida en general.
Creo que las personas tendrían más oportunidades de estudiar y de trabajar por vocación y de poner sus capacidades al servicio de la sociedad que en definitiva somos todos y también que sus conocimientos y su crecimiento científico e intelectual, lo aportarían con gusto a esta nueva familia social de forma que todos nos beneficiaríamos de los frutos del esfuerzo y el dinero dedicado a su formación.
Creo que nuestros jóvenes podrían ser independientes y empezar a desarrollar sus vidas y a crear nuevas familias, si es su deseo, cuando es lo natural y no cuando se lo puedan permitir, si es que no llega el día en que ni se lo puedan permitir.
Creo que nuestros mayores, después de toda una vida trabajando, podrían esperar el fin de sus días con dignidad.
Creo que, en todo caso, puntualmente, alguno de los miembros podría permitirse el lujo de quedarse en casa ocupándose de sus hijos, de sus dependientes o de sus mayores y procurarles los cuidados, la atención y el amor que necesitan en determinadas etapas de su vida.
Creo que la mayoría optaría por apretarse un poco más el cinturón en el caso de no tener acceso, por la circunstancias que fuesen, al mercado laboral y creo que sus vecinos dispondrían también de medios para, en casos extremos, poderles ayudar porque la solidaridad, también sería un importante valor social.
Y creo que la mayoría querría disponer, además, de pequeños capitales para acceder a los mejores cuidados para sus enfermos, dependientes, mayores, y sobre todo para procurar a sus hijos durante el tiempo en que ambos progenitores se pudieran dedicar a trabajar, una mayor y mejor formación afectiva, emocional e intelectual, amen de para disfrutar todos ellos también, de su no menos merecido tiempo de ocio, sin tener que sentarse obligatoriamente frente a un televisor, un videojuego o salir únicamente a pasear.
Y esto visto desde un punto de vista puramente individual y no social, que es como en realidad se debería concebir.
También es cierto que habría muchas -sino todas o la mayoría de las demás- subvenciones que suprimir para que hubiese dinero para todos, de la misma forma que habría que poner ciertos límites a los deseos de acaparar riqueza o de aprovecharse de este derecho social para socavar otros pero también es cierto que creo que todo esto, sólo podría redundar en un mayor y mejor reparto del trabajo y en una mayor y más justa distribución de las rentas y con ello de la justicia social y que este sería un mejor camino para la verdadera evolución de la humanidad.
Es cierto que tal vez todo esto lo digo desde una conciencia de honestidad, sin querer pensar en que nadie quisiese aprovecharse ni estafar al sistema -lo cual sería más difícil, todo hay que decirlo- y desde la óptica de quien cree que la felicidad no consiste en poseer más y más. Y tal vez, también sea lamentablemente cierto que esa conciencia es lo que aun nos falta a los que conformamos esta sociedad, para que esta “utopía”, sea una realidad.
Empezando porque carecen de conciencia los intereses que ahora nos gobiernan y también los Estados que, lejos de velar por nosotros, velan por ellos.
Porque lo que también veo claro es que a determinados capitales de este mundo -que sólo buscan su propio beneficio y no el de la sociedad (ni en los casos particulares ni en la economía global)-, no les gustaría nada este otro sistema que les restaría el poder que necesitan y que ahora tienen para ser ellos los que marcan las reglas del juego, las verdaderas -y al mismo tiempo falsas- leyes de “la oferta y la demanda”, de la “democracia”, de la comunicación (manipulación) y de la opresión y esclavitud de la mayoría social.
Y porque no decirlo, tal vez también de que en este mundo no haya paz porque, que la hubiera, probablemente tampoco sería beneficioso para sus putos intereses económicos.
Salvo esos -no nimios- detalles, en lo básico y en lo que demanda el conjunto de la sociedad, no sé si habría otras muchas cosas que cambiar porque creo que con un poco de conciencia y sentido común, muchas cosas irían cambiando con la propia forma en que las personas deberían empezar a entender lo que significa vivir en sociedad. Y me pregunto si esto no nos conduciría a volver a tener la economía a nuestro servicio y no al servicio del capital y también si sería el mayor de nuestros problemas, no encontrar mano de obra para trabajar o para colaborar.
Y también creo que la mayoría de las personas en todo el planeta desearían creer que esto es algo más que el sueño de unos cuantos y trabajarían por hacerlo realidad de forma que el ejemplo se extendiera, poco a poco, a todos los rincones de la tierra.
Tal vez al final los Estados, al igual que la sociedad, sencilla y llanamente, seríamos todos.



domingo, 11 de mayo de 2014

YO, SÍ VOTO

Ni que decir tiene, que no vi el Festival de Eurovisión.
A decir verdad, hace ya demasiados años que no lo sigo aunque he de reconocer que hubo un tiempo en el que me entusiasmaba y otro en el que veía las votaciones porque me parecían curiosas y por la ilusión de que nuestra canción pudiese ganar; ello fue hasta que dicho proceso de votación empezó a resultarme vomitivo, no solo por respeto a la música, sino también por respeto a la justicia en general.
Cuando intereses espurios se sobreponen al interés musical en sí mismo, ¿qué sentido tiene esta competición?. Desde luego que para mí, ninguno. No en vano nuestro país, junto con Francia, Italia, Reino Unido y Alemania, forman lo que se conoce como el “Big Five” lo que les confiere el privilegio de acceder directamente a la final, independientemente de la clasificación obtenida en la edición anterior, dada su condición de ser uno de los cinco mayores contribuyentes financieros a la UER (Unión Europea de Radiodifusión), sin la cual la producción de este Festival, no sería posible. ¡¡¡Tampoco nos iba a salir gratis!!!
Pero al margen de estas, imagino que inevitables, minucias de carácter económico, me costaba más soportar como, año tras año, dábamos las mejores puntuaciones a nuestros vecinos portugueses o Franceses y viceversa, más en una clara manifestación de solidaridad fronteriza que de amor a la cultura musical. Ni te cuento ya lo que hubo que soportar cuando entraron a participar en el festival los países del Este que, para nuestra desgracia eurovisiva, eran y son muchos más. Tampoco resultaba raro vislumbrar algunas que otras ciertas filiaciones políticas, o eso creo.
¡Y que al final ganarían los mejores! que no digo yo que no.
En resumen, que si nuestro “Uribarri” era capaz de predecir a quien iban a ir dirigidas las mayores puntuaciones antes de que se emitiesen, realmente algo olía a podrido en lo que respecta a la justicia musical del susodicho festival.
A decir verdad, este año, no sólo es que no he visto el Festival, es que ni había tenido noticia de cuándo se celebraba, porque hace un tiempo que, por salud mental y también emocional, soy más selectiva con lo que se asoma por la gran pantalla y, en consecuencia, cada vez es menos lo que yo me asomo a ella.
Tanto es así, que para poder saber con qué canción había participado España en esta ocasión, he tenido que buscarla hoy en internet, pues ni tan siquiera la había oído. Lo que sí llegó a mis oídos, fue que este año nos presentábamos con una canción en inglés, por lo que, escuchado el tema, sólo me queda dar las gracias porque han tenido la deferencia de que la canción empezase en castellano y que, de esta forma, se haya podido identificar cuál era el tema que nos representaba.
Ni que decir tiene que respeto la elección -no en vano yo también estoy intentando aprender inglés porque es un idioma que resulta fundamental hoy en día para moverse por los recovecos de la expansión y la globalización- pero no puedo estar en absoluto de acuerdo sobre todo por dos razones:
  • La primera y fundamental es que, por encima de cualquier interés, España tiene el privilegio de ser la madre de una de las lenguas más habladas a nivel mundial -merced a su riqueza y a los devenires de las conquistas ultramar- y con una calidad literaria y cultural que nada tiene que envidiar a la inglesa y mucho menos a la China, por muchos chinos que se expresen en dicha lengua.
  • La segunda porque, independientemente de que me la bufe este “Festival”, en absoluto me sentiría representada como perteneciente a una nación con una lengua que, no sólo no está en mi cultura, sino que tampoco forma parte de su esencia ni de su identidad musical. A decir verdad, me hubiese sentido más representada por un tema en euskera, en catalán, en valenciano, en galego o, sí me apuras, hasta con una jota aragonesa, aunque hubiésemos quedado en el último lugar.
En resumen, que no me quiero alargar. Que respeto la elección y que le doy mi enhorabuena a la participante que parece ser que no ha quedado nada mal pero que tengo la impresión de que en Eurovisión, como en Europa en general, ya sabemos “quien maneja nuestra barca”, si es que aun tenemos una barca que manejar, y que os animo a que al año próximo, presentéis una canción en alemán.
Y por supuesto que, de ahora en adelante, ¡ni me nombréis la #marcaespaña! porque esto forma parte, precisamente, de una marca que representa intereses que poco o nada tienen que ver con España ni con los españoles, y de la que, más que orgullosa, me siento avergonzada. Y hubiese dicho lo mismo aunque hubiéramos ganado.
Y por supuesto, desearía que, visto lo visto, no gastasen ni uno sólo de los euros que aporto a las arcas públicas, en promocionar el Instituto Cervantes porque hay cosas muy necesarias en las que gastar y muchas formas de promocionar el castellano sin tener que gastar ni un euro más.
Bajo mi punto de vista el castellano, y la riqueza musical y cultural española, ha quedado a la altura del betún. Y eso, para mí, es lo que no es fácil de asimilar y lo digo porque no me puedo callar.
Ahora toca elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo. A ver si empezamos a tener claro a quienes son a los que van a representar, como queremos que lo hagan y quienes intentaran hacerlo, aunque no ganen.
Es mi deseo y por eso el 25 de mayo, yo sí voy a votar.



jueves, 1 de mayo de 2014

TENÍA QUE DECIRLO

Hoy es el día ¿del trabajo?, ¿de los trabajadores?, ¿del derecho de los trabajadores?, ¿de fiesta?, ¿de reivindicación?... Bueno, es igual, hoy es 1 de mayo.
Hoy es uno de esos típicos días institucionales en los que todos, desde los sindicalistas a los empresarios, pasando por los políticos y los periodistas, -si te descuidas, para mofa, hasta el rey- hablarán del derecho al trabajo y como no, en España, con un paro y una situación como la que nos está tocando sufrir, también del drama social.
Lo respeto, cualquier día es bueno para reivindicar pero a mi me gusta ser un poco más original y por eso, una vez más, hoy también voy a hablar del #22M y sus marchas de la dignidad. Porque, a pesar de todo lo que ya he dicho, y se ha dicho, y a pesar de que a muchos les pueda parecer que aquello terminó, otros muchos pensamos que eso no terminó, ni terminará, hasta que logremos que haya pan, techo y dignidad para todos.
Hoy vuelvo a hablar del #22M porque todavía hay algo que se me ha quedado en el tintero, algo que me quema el alma y no me puedo callar.
Lo cierto es que a lo mejor muchos no entendieron o no entienden la lucha como nosotros la entendemos -en las calles y no solo votando o sentados frente al televisor viendo las vidas de otros pasar y escuchando lo que los que lo financian quieren que oigamos y sepamos- pero lo que nadie puede negar es que aquella fue una multitudinaria y pacífica manifestación de reivindicación del derecho al trabajo y de los derechos de los trabajadores, en activo o no, tan respetable y tan digna como lo puedan ser hoy, que seguro que también las habrá.
Lo cierto es que allí acudimos, desde muchos puntos de España, decenas de miles de ciudadanos y que con los que se nos unieron en Madrid, probablemente fuimos cientos -digan lo que digan los esbirros del Gobierno, que ya me gustaría a mi que nos numerásemos de una puta vez para que se pudiera dejar de hablar de las majaderías de cifras de las que se habla-; de cualquier forma, no creo que la cifra sea lo fundamental.
Lo que sí es cierto es que fue una manifestación multitudinaria, plural, multicolor, pacífica, cordial, casi festiva. Y lo que también es cierto es que la mayoría disfrutamos de encontrarnos ¡tantos! unidos por la dignidad. Muchos acudieron con sus hijos, como no podía ser de otra manera, porque la gran mayoría de nosotros somos gente comprometida y con conciencia y enseñamos por tanto a nuestros hijos a reclamar nuestros derechos, todos los que como humanos nos corresponden, con el ejemplo que nuestra propia lucha conlleva. Y sin miedo, porque lo normal es no tener miedo cuando en tu espíritu no está la violencia, sino la paz.
Lo cierto es que para muchos de los que nos tuvimos que desplazar, supuso un enorme esfuerzo de horas de viaje, horas de pie, horas en vela y que ese esfuerzo no fue nada comparado con lo que fue para muchos otros, para los verdaderos héroes, de horas de marcha, de ampollas, de lluvia, de frío o de sol, de mal dormir, de cansancio... Y también es cierto que para otros muchos lo fue de horas de organización, de reuniones, de consensos, de campaña, de divulgación, porque tan cierto como que me voy a morir -y eso no creo que a estas alturas nadie se atreva a ponerlo en duda- es que pareció haber un cómplice y sospechoso voto mayoritario de silencio sobre lo que se avecinaba en Madrid, por parte de los medios de, ¿información?, ¿comunicación?, ¿manipulación?, que no escatimaron medios para llenar incluso ese silencio con otras cosas que, probablemente, en otras circunstancias, tal vez no hubieran venido a cuento.
Lo cierto es que las marchas fueron un éxito a pesar de que !ni de lejos estuvieron todos los que debieron estar!. Porque lo que también es cierto es que, por encima de ideologías y de partidos políticos y sindicatos -que también los habrá- los que conforman la mayoría de los movimientos sociales, como los que participamos en sus convocatorias a nivel individual, somos la propia sociedad. Tan cierto como que no luchamos por intereses particulares sino por el común interés social y tan cierto, lo quieras ver o no, como que dentro de ese interés estamos todos, incluid@ tú.
Lo que yo creo es que te quieren engañar porque la verdad es que no quieren que nuestra lucha triunfe, porque muchos de los que viven de la carroña que genera este sistema, su sistema, saben que para ellos sería el final. Y por eso es que nos han llamado de todo, hasta terroristas, sin escatimar en medios para hacernos pasar por enemigos de la sociedad. También es verdad que nosotros estamos casi acostumbrados ya aunque sigamos sin poder entender como esta sociedad sigue cayendo en las mismas trampas una y otra vez.
Y también es cierto que el día, que no la manifestación, acabó “como el rosario de la aurora”, y que, a pesar de toda la dignidad de que hicimos gala como viene siendo habitual -como también viendo siendo habitual- lo que verdaderamente transcendió fue sólo el "Apocalipsis" final, las imágenes de la barbarie y de la violencia, la excusa necesaria para desprestigiar porque es lo que a los medios, al servicio de intereses económicos y no sociales, les interesa.
Pero yo, me cago en ellos y me cago en las muelas de todos los malnacidos que se encargaron de reventar el #22M, fueran de izquierdas o de derechas; manifestantes o policías; periodistas o gobernantes; propios o ajenos; víctimas o verdugos.
Quienes fueran, me da igual. Porque para mí, esos son los verdaderos fascistas en esta sociedad: quienes por encima del trabajo y el esfuerzo de las personas; por encima de los derechos de todos; por encima de la seguridad incluso de niños y ancianos; por encima del sufrimiento ajeno; por encima de la convivencia y la paz social y por encima del respeto que se merece la propia sociedad, pretendieron imponer e impusieron su voluntad.
Y no hay mucha diferencia en que sea con leyes o con palabras; que sea con palos y piedras o con porras y bombas. El medio me da igual porque para mí, el fin no lo justifica.
Tenía que decirlo.
Y también tengo que decir que les va a dar igual porque, por mucha fuerza que ellos tengan, nuestra conciencia y nuestra dignidad tiene aun más y con ella, y con la razón, es como, más tarde o más pronto, vamos a ganar.

Y con nosotros y con nuestra lucha pacífica y digna, la humanidad.

Adjunto unos enlaces para quienes quieran ver la otra realidad, la que probablemente no vieron ni verán en la televisión.