No
volví a casa deprimida porque hace ya un tiempo que decidí que no
hay fuerza ni circunstancia en esta vida que sea lo suficientemente
poderosa cómo para vencer a mi propia fuerza interior pero, sí he
de reconocer, que regresé un tanto decepcionada. Decepcionada de la
respuesta, decepcionada de la escasa importancia que mis
conciudadanos -quiero pensar que por ignorancia- otorgan al ultraje
que se está ejerciendo a nuestra Ley de Leyes.
Allá
por el año 1978 nos dotamos de una Constitución, el instrumento por
excelencia que nos devolvía, no sólo la democracia robada tras la
infame y dolorosa guerra civil, sino también los derechos y
libertades que la ciudadanía de este país, sometida al cruel poder
de la dictadura que siguió a aquella barbarie durante nada menos que
40 años, tenía miedo hasta de imaginar.
No
nació perfecta. No podía serlo en aquel momento histórico en el
que demasiadas fuerzas contrapuestas pugnaban por hacerse un hueco en
la nueva sociedad que se dibujaba en nuestro país. Sin embargo, sí
nació fruto de un consenso y con un futuro brillante y luminoso,
dado que, sobre los pilares de unos principios fundamentales y
básicos, sentaba las bases para una convivencia justa y digna de
todos los ciudadanos que pisasen o habitasen el territorio sobre el
que ejercía su hegemonía.
Al
principio fue una niña mimada y respetada. No en vano, uno de los
principales dones con el que se le dotó al nacer fue el de su propia
protección: complejos mecanismos de reforma para que no pudiera ser
manipulada al antojo de intereses partidistas, ni siquiera de simples
mayorías, sino más bien con la intención de que fuese el pueblo
soberano quién tuviese la potestad de modificarla al menos en los
aspectos concernientes a los principios, derechos y libertades
fundamentales que instituyó; entre ellos, ni que decir tiene, la
propia soberanía del pueblo en ella consagrada.
Ahora
miro la Constitución que un día iluminó nuestra sociedad con un
futuro esplendoroso y me causa pena ver cómo no queda ni la sombra
de aquella niña que nació.
Bajo
el interés del capital y de sus herramientas políticas y
económicas, la gran mayoría de los principios consagrados en la
Carta Magna se han convertido en papel mojado. Y sino, mirar a
vuestro alrededor y contestarme: ¿Dónde queda el derecho a la
igualdad en esta sociedad en la que los ricos tienen todos los
derechos y las oportunidades y a los pobres se les priva incluso del
derecho a la justicia si no tienen suficiente dinero para pagársela?;
¿Dónde está el Derecho a una vivienda digna cuando se rescata a
los bancos con nuestro dinero mientras se echa de sus casas a los
estafados por los mismos a quienes hoy se rescata?; ¿Dónde está el
Estado aconfesional si se pretende enseñar y evaluar en nuestros
Colegios Públicos las creencias religiosas de quienes ocupan hoy en
día el Gobierno?; ¿Dónde el derecho de manifestación si se
criminaliza y apalea a quienes lo ejercen?; ¿Dónde el derecho al
trabajo cuando los grandes capitales defraudan, apenas pagan
impuestos, se evaden o se invierten en otros mercados mientras en
nuestro territorio las colas de parados crecen?; ¿Dónde está
nuestra soberanía si los políticos que elegimos para que nos
representen pueden ir modificando sus programas sobre la marcha?
¿Dónde cuando las decisiones se toman fuera de nuestro territorio
sin ni siquiera consultarnos? ¿Dónde cuando se puede mal gestionar
y despilfarrar el dinero público mientras la responsabilidad
política brilla por su ausencia?; ¿Dónde nuestro derecho a la vida
si se le pone precio y se regala la gestión de la sanidad a quienes
están preocupados por su beneficio económico y no por nuestra
salud?
Podría
seguir horas y horas pero no creo que merezca la pena porque la
mayoría de los que os acercáis a mi blog conocéis perfectamente
cual es ahora nuestra realidad y cuál es la farsa que nos está
tocando vivir.
Hoy,
tan sólo pretendía que esta Constitución a la que un día admiré
y respeté, sepa que estoy con ella. Que no estoy dispuesta a tolerar
que la sigan convirtiendo en una prostituta a la que todos utilizan y
de la que todos se aprovechan en su beneficio cuando, en realidad, le
han robado su identidad, su autoestima y su poder y con ella a todos
los ciudadanos que son legislativamente sus hijos; esos hijos que un
día se encontraron bajo su protección y que, precisamente por eso,
tienen hoy la obligación moral de protegerla..
Tal
vez habrá que cambiarle las vestiduras -yo, por ejemplo, sueño con
una Constitución Republicana-, lavarle la cara y quitarle esa capa
de burdo maquillaje con la que nuestros representantes la han ido
embadurnando durante todos estos años; pero, sobre todo, hay que
devolverle su espíritu, su razón de ser y su valor para que vuelva
a ser aquello para lo que, un 6 de diciembre de 1978, nació.
Y
debemos cambiarla entre todos.
Entre
todos debemos conseguir que vuelva a ser fiel a sus principios, fiel
al espíritu con el que fue votada: el de la justicia, la igualdad,
la solidaridad, la verdadera democracia...
Y
por eso, precisamente, es que debemos luchar también para recuperar
nuestra soberanía; teniendo la certeza de que nosotros, unidos,
podemos hacerlo; teniendo muy claro que eso no será posible a través
de nuestros representantes porque éstos, ya han demostrado por
activa y por pasiva en qué y en quienes tienen puestos sus
intereses. Pero sí sabiendo que podemos lograrlo trabajando uno a
uno, codo a codo, unidos en las calles, en las escuelas, colegios,
universidades, hospitales, juzgados, comunidades religiosas,
asociaciones de vecinos, sindicatos, asambleas, medios de
comunicación, etc. etc.; desde nuestros puestos de trabajo o desde
nuestras situaciones de parados, pensionistas, amas de casa,
minusválidos...
Un
ciudadano, una persona, es una fuerza trabajando por los derechos de
la mayoría y esa mayoría de fuerza solidaria será la que nos dé,
finalmente, la victoria y no valen las escusas.
Yo
lo creo y espero que vosotros también lo creáis porque esa
esperanza es lo único que necesitamos para vencer.
Efectivamente, es necesario que los que estamos pagando esta crisis programada nos identifiquemos como la mayoría que somos y que, apartando nuestras diferencias, nos unamos con un fin común. No hay poder más fuerte que el de la mayoría puesta de acuerdo.
ResponderEliminarEl Frente Cívico Somos Mayoría, en sus seis documentos, da las pautas para poder conseguirlo.
Ojalá se cumpla
Gracias por tu comentario. Ojalá llegué la tan necesaria unión. Todos aportamos granitos de arena. Unidos somos una montaña. Muchos besos
ResponderEliminarHace falta cambiar buena parte de la letra para recuperar los principios y valores e impedir que nos los vuelvan a robar.
ResponderEliminarUn placer llerte, como siempre
Perdona Angel, no me había dado cuenta hasta ahora de tu comentario. Efectivamente. Quizá incluso sería mejor empezar de nuevo de tanto como habría que cambiar, sería casi más fácil que derogar todas las leyes que la han prostituido para permitir que la hayan robado incluso su propia esencia. Muchas gracias por leerme y más aún por comentarme. Un abrazo enorme.
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