Hace algún tiempo, por circunstancias de la vida -que no por
vocación- tuve contacto con el Derecho. A decir verdad, lo estudié durante
algunos años en la Universidad a Distancia. Fue una época dura. Empecé dichos
estudios coincidiendo con los primeros años de vida de mis hijas, a cuyo
cuidado dedicaba la mayor parte del tiempo libre que el trabajo me dejaba,
pero, por aquel entonces, podía más el afán de superación y la consecución de
un objetivo, que mi propio bienestar. Así que, le robaba horas al sueño para
preparar los exámenes de las pocas asignaturas a las que podía enfrentarme. Por
supuesto, de asistir a clases, nada de nada. Ese debió ser el motivo por
el que, a pesar de haber superado no pocos exámenes, llego hoy a la conclusión
de que no debí entender prácticamente nada.
Gracias a todas aquellas asignaturas que me vi obligada a estudiar
para intentar obtener la titulación, aprendí un poco de todo. Lógicamente no me
hice experta en casi nada pero si creí haber captado, al menos, el sentido del
Derecho y de la Justicia. Sin embargo, analizo hoy en día la actualidad y lo
que está pasando y, a pesar de estar casi todo relacionado con aquello que
estudié, no veo, en la España que hoy en día se dibuja, ni sombra de lo que interpreté.
Aprendí aquello de que la soberanía reside en el pueblo y creí
entenderlo. La ejercitábamos por medio de representantes elegidos en las urnas
pero siempre di por supuesto que la honradez de aquellos que, voluntariamente,
se presentaban para llevar a efecto esa representación, debía estar en todo
momento fuera de cualquier duda y que los programas electorales, en base a los
cuales se solicitaba la confianza, se hacían para cumplirlos y no única y
exclusivamente para obtener el poder. Entendí que las mayorías absolutas eran
el resultado de la elección de una determinada propuesta por una gran mayoría
de electores pero en ningún momento imaginé que podían ser utilizadas para
cambiar precisamente el sentido del programa electoral tan pronto se accedía el
poder, traicionando a propios y ajenos sin que nada pueda hacerse frente a ello,
y mucho menos para ignorar absolutamente a los votantes y a los representantes
de quienes no elegían esa opción. Y sí, todo eso estamos viviendo y mucho más.
Reconozco que, a simple vista, la Constitución me pareció una
herramienta útil de convivencia social y democrática. No era perfecta cuando se
aprobó -tampoco las circunstancias históricas eran las más favorables - pero,
de su espíritu, podía claramente deducirse el objetivo de consecución de la
paz, la igualdad y la justicia social, así como de participación activa de la ciudadanía
en la vida política y en las decisiones que directamente les afectaban (no en
vano, España se define en nuestra Constitución como un Estado Social y
Democrático de Derecho).
Sin embargo, el desarrollo de la Constitución y el desarrollo de
las leyes de desarrollo de la Constitución; la introducción de la Legislación Autonómica
y de los Tratados Internacionales; la entrada en la Unión Europea y la
consecuente cesión de soberanía a sus Instituciones; los avances tecnológicos y
sociales; los cambios en las “necesidades” de la sociedad actual; la
jurisprudencia y ya, para colmo, la introducción de la nueva ideología
neoliberal, han ido desdibujando la limpieza y sencillez de aquella primera
redacción, de tal forma que hoy, y los entendidos bien lo saben, del espíritu
de muchos de aquellos artículos, apenas queda nada, por no decir que alguno de
ellos, ha sido prácticamente abolido a golpe de Real Decreto, a merced del interés
económico de una minoría que es la que, efectivamente, actualmente detenta el verdadero
poder.
Lo cierto es que cuando empezó la crisis y observaba lo que
estaban haciendo con nuestros más básicos y primigenios derechos
constitucionales y que el hecho de que estuvieran escritos en la Constitución,
no servía para nada, me hizo sentir terriblemente impotente. Así, cuando me
sentaba a estudiar, cada vez que leía lo que una ley decía y como, finalmente -a
golpe de jurisprudencia, de discurso político o de sensacionalismo- se
interpretaba, me entraban unas ganas enormes de llorar. No obstante, me
resistía a perder la fe en la justicia.
He de confesar que no hace mucho que abandoné aquellos estudios
por determinados motivos -entre otros, porque me costaba aceptar que en este
mundo, especialmente en este país que es el que conozco y al que pertenezco, la
justicia funcionara de forma tan lejana a lo que mis principios me inspiraban-.
Para entonces, ya me había dado cuenta de que no eran “culpables” aquellos que
habían infringido las leyes, sino aquellos que no tenían los medios suficientes
para pagar a los mejores especialistas en encontrar los vericuetos,
subterfugios y vacíos legales necesarios para conseguir que no pudiese
demostrarse su culpabilidad. Y esos eran, habitualmente -como no- los más ricos
y los más poderosos, como siempre. Pena me da pensar en todos aquellos
inocentes que, por la misma regla de tres, no pueden demostrar su inocencia o
su razón.
Con esto no quiero decir que ninguno de los culpables ricos va a
la cárcel ni que ninguno de los que no poseen medios se libra de la justicia,
simplemente quiero decir que, bajo mi punto de vista, lo que en nuestra
Constitución es uno de los pilares básicos, lo de que todos somos iguales ante
la ley, no es más que una mentira más; de la misma forma que las leyes, también
terminan no siendo iguales para todos.
Y lo peor de todo es que esas leyes que nos vemos obligados a
cumplir, no se hacen para que los ciudadanos las entiendan. El Derecho, no está
al alcance de cualquiera sino tan sólo de aquellos que se especializan. ¡Qué
difícil es que leyendo una ley tengamos la seguridad de cuáles son nuestros
derechos y obligaciones o qué cosas podemos, o no, hacer sin atentar a la
legalidad!. Pero de la misma forma que el desconocimiento de la ley, no exime
de su cumplimiento, tampoco facilita el acceso a los derechos de quienes
carecen de tal conocimiento mientras sí pueden ser privados fácilmente de los
mismos sin ser ni siquiera conscientes de ello. Todo esto nos deja, a la gran
mayoría ciudadana, a merced de aquellos que se han especializado en sacar de
las leyes el máximo beneficio a favor de sus intereses, ya sea desde el poder ejecutivo
o desde el legislativo, poderes, por otro lado, cada día menos independientes.
Nos quedaba el tercer poder, el judicial, para sentirnos
un poco amparados pero, ¡cual es mi sorpresa cuando leo en la prensa que el
PRESIDENTE DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL, el Presidente del Órgano Supremo de
defensa de los valores constitucionales, es afiliado del Partido Popular!
(conste que lo mismo me habría dado que lo fuese de cualquier otro partido
político) ¿Dónde queda la independencia judicial?. Cierto, todos, a estas
alturas, lo sabemos ya. Tampoco existe. Pero al menos debería quedar algo de
honor, que tampoco.
Y no me sirve que los jurídicos hablen de no sé qué interpretación
porque la Constitución, a ese respecto, no puede ser más clara:
Art. 127 de la Constitución: 1. Los
Jueces y Magistrados así como los Fiscales, mientras se hallen en activo, no
podrán desempeñar otros cargos públicos, ni pertenecer a partidos políticos o
sindicatos. La ley establecerá el sistema y modalidades de asociación
profesional de los Jueces, Magistrados y Fiscales.
¿En qué cabeza cabe que un Juez o un Magistrado no pueda
pertenecer a un partido político pero que quienes, con el nombre de Jueces y
Magistrados de la máxima institución, han sido nombrados para defender los
valores de la Constitución, sí puedan estar afiliados a un Partido Político?
Y sí, conozco el art.
159.4. La condición de miembro del Tribunal Constitucional es
incompatible: con todo mandato representativo; con los cargos políticos o
administrativos; con el desempeño de funciones directivas en un partido
político o en un sindicato y con el empleo al servicio de los mismos; con el
ejercicio de las carreras judicial y fiscal, y con cualquier actividad
profesional o mercantil.
En lo demás, los miembros del Tribunal Constitucional tendrán las
incompatibilidades propias de los miembros del poder judicial.
No sé si se pueden ejercer funciones directivas en un partido
político sin estar afiliado pero lo que me parecería absolutamente intolerable es
que los miembros del Tribunal Constitucional, sí pudieran pertenecer a un partido
político quedando a salvo de la “imparcialidad”, porque dejaría absolutamente claro que no
se trata de un Tribunal, sino de un Órgano más al servicio de los poderes ejecutivo y
legislativo.
Así, en mi ignorancia, me explico todo lo que está pasando con la
Constitución.
¡Qué sabia aquella antigua frase que dice: Hecha la Ley, hecha la
trampa!
Y si se permite que esto sea así, además de pedir la dimisión del Gobierno y el adelanto electoral, no me queda otra que pedir, también, la posterior reforma de la Constitución si queremos de verdad ostentar la soberanía que a golpe de legislación y de interpretación, cada día nos es, como el resto de derechos, más y más recortada.
Por fin has vuelto !!! Y veo tambien que hemos sido compañeras de Uni, la UNED, jajaja Cada dia mas en comun, trabajando, tres hijos tenia y dos acogidos, dandome caña para poder sacar las asignaturas, jaja Tiempos divertidos, de locura de 25 años.
ResponderEliminarEs cierto "Hecha la ley hecha la trampa" En ello estamos, tramando formulas con paciencia para escapar del yugo de los "Miserables" para en algun momento verlos caer en su propia trampa.
Maravilloso leerte, he hecho bien en seguir esta intuición que me ha llevado a abrir tu pagina.
TE QUIERO
Besos
Gracias preciosa!!! Yo también te quiero y espero que triunfe la inteligencia y la razón frente al egoísmo y la opresión.
EliminarMagnífico artículo que suscribo desde la primera a la última palabra.
ResponderEliminarEnhorabuena. Un abrazo.
Muchas gracias Javier. Lo he retocado un poco aunque a veces, cuanto más quieres que se te entienda, más incomprensible te haces. Espero que no sea el caso. Enorme abrazo
EliminarEres muy buena escribiendo sigue asi. Ahi te dejo mi dirección del otro Blog que estoy haciendo http://recuerdosemociones.blogspot.com.es/
ResponderEliminar