A
decir verdad, hace ya demasiados años que no lo sigo aunque he de
reconocer que hubo un tiempo en el que me entusiasmaba y otro en el
que veía las votaciones porque me parecían curiosas y por la
ilusión de que nuestra canción pudiese ganar; ello fue hasta que
dicho proceso de votación empezó a resultarme vomitivo, no solo por
respeto a la música, sino también por respeto a la justicia en
general.
Cuando
intereses espurios se sobreponen al interés musical en sí mismo,
¿qué sentido tiene esta competición?. Desde luego que para mí,
ninguno. No en vano nuestro país, junto con Francia, Italia, Reino
Unido y Alemania, forman lo que se conoce como el “Big Five” lo
que les confiere el privilegio de acceder directamente a la
final, independientemente de la clasificación obtenida en la edición
anterior, dada su condición de ser uno de los cinco mayores
contribuyentes financieros a la UER (Unión Europea de
Radiodifusión), sin la cual la producción de este Festival, no
sería posible. ¡¡¡Tampoco nos iba a salir gratis!!!
Pero
al margen de estas, imagino que inevitables, minucias de carácter
económico, me costaba más soportar como, año tras año, dábamos
las mejores puntuaciones a nuestros vecinos portugueses o Franceses y
viceversa, más en una clara manifestación de solidaridad fronteriza
que de amor a la cultura musical. Ni te cuento ya lo que hubo que
soportar cuando entraron a participar en el festival los países del
Este que, para nuestra desgracia eurovisiva, eran y son muchos más.
Tampoco resultaba raro vislumbrar algunas que otras ciertas
filiaciones políticas, o eso creo.
¡Y
que al final ganarían los mejores! que no digo yo que no.
En
resumen, que si nuestro “Uribarri” era capaz de predecir a quien
iban a ir dirigidas las mayores puntuaciones antes de que se
emitiesen, realmente algo olía a podrido en lo que respecta a la
justicia musical del susodicho festival.
A
decir verdad, este año, no sólo es que no he visto el Festival, es
que ni había tenido noticia de cuándo se celebraba, porque hace un
tiempo que, por salud mental y también emocional, soy más selectiva
con lo que se asoma por la gran pantalla y, en consecuencia, cada vez
es menos lo que yo me asomo a ella.
Tanto
es así, que para poder saber con qué canción había participado
España en esta ocasión, he tenido que buscarla hoy en internet,
pues ni tan siquiera la había oído. Lo que sí llegó a mis oídos,
fue que este año nos presentábamos con una canción en inglés, por
lo que, escuchado el tema, sólo me queda dar las gracias porque han
tenido la deferencia de que la canción empezase en castellano y que,
de esta forma, se haya podido identificar cuál era el tema que nos
representaba.
Ni
que decir tiene que respeto la elección -no en vano yo también
estoy intentando aprender inglés porque es un idioma que resulta
fundamental hoy en día para moverse por los recovecos de la
expansión y la globalización- pero no puedo estar en absoluto de
acuerdo sobre todo por dos razones:
- La primera y fundamental es que, por encima de cualquier interés, España tiene el privilegio de ser la madre de una de las lenguas más habladas a nivel mundial -merced a su riqueza y a los devenires de las conquistas ultramar- y con una calidad literaria y cultural que nada tiene que envidiar a la inglesa y mucho menos a la China, por muchos chinos que se expresen en dicha lengua.
- La segunda porque, independientemente de que me la bufe este “Festival”, en absoluto me sentiría representada como perteneciente a una nación con una lengua que, no sólo no está en mi cultura, sino que tampoco forma parte de su esencia ni de su identidad musical. A decir verdad, me hubiese sentido más representada por un tema en euskera, en catalán, en valenciano, en galego o, sí me apuras, hasta con una jota aragonesa, aunque hubiésemos quedado en el último lugar.
En
resumen, que no me quiero alargar. Que respeto la elección y que le
doy mi enhorabuena a la participante que parece ser que no ha quedado
nada mal pero que tengo la impresión de que en Eurovisión, como en
Europa en general, ya sabemos “quien maneja nuestra barca”, si es
que aun tenemos una barca que manejar, y que os animo a que al año
próximo, presentéis una canción en alemán.
Y
por supuesto que, de ahora en adelante, ¡ni me nombréis la
#marcaespaña! porque esto forma parte, precisamente, de una marca
que representa intereses que poco o nada tienen que ver con España
ni con los españoles, y de la que, más que orgullosa, me siento
avergonzada. Y hubiese dicho lo mismo aunque hubiéramos ganado.
Y
por supuesto, desearía que, visto lo visto, no gastasen ni uno sólo
de los euros que aporto a las arcas públicas, en promocionar el
Instituto Cervantes porque hay cosas muy necesarias en las que gastar
y muchas formas de promocionar el castellano sin tener que gastar ni
un euro más.
Bajo
mi punto de vista el castellano, y la riqueza musical y cultural
española, ha quedado a la altura del betún. Y eso, para mí, es lo
que no es fácil de asimilar y lo digo porque no me puedo callar.
Ahora
toca elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo. A ver
si empezamos a tener claro a quienes son a los que van a representar,
como queremos que lo hagan y quienes intentaran hacerlo, aunque no
ganen.
Es
mi deseo y por eso el 25 de mayo, yo sí voy a votar.
Que bien escribes. estar mas de acuerdo es imposible.
ResponderEliminarMuchas gracias, como siempre. Y un beso enorme.
EliminarSe puede decir más alto, pero no más claro.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo Ana Isabel, es una vergüenza presentar una canción en Ingles, teniendo una lengua sin ninguna duda rica he intensa para estar muy orgullos@ de ella. Si hubiese ganado estaría aún más indignada, somos españoles y orgullosa de ella
Yo voto en las europeas no lo olvidemos. Agamonos notar, cumplan con su deber no pasemos de ellos
Gracias por tu comentario y por compartir conmigo tu indignación. Evidentemente, es de las cosas que no me caben en la cabeza. Es reconocer que estamos dispuestos a vender, incluso nuestra propia identidad, al mejor postor. Besitos
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