Es
curiosa la evolución del ser humano y su sometimiento al poder.
Durante mucho tiempo, fue el poder de las armas. Aun hoy,
desgraciadamente, en gran medida lo sigue siendo. Sin embargo,
estamos viviendo unos tiempos en los que avanzamos a pasos
agigantados hacia la esclavitud sin que, para ello, los opresores
hayan tenido que utilizar apenas balas contra nosotros, por más que
la amenaza constante de enfrentamientos armados sobrevuele siempre
nuestras cabezas y forme parte de su sistema de dominación.
Con
la simpleza que me caracteriza, dada mi escasa formación, una vez
más reflexiono los problemas desde la sencilla observación.
Tengo
la impresión de que en esta ocasión -tal vez otra vez- el
sometimiento a su sistema viene de la mano de su modelo de “la
fuerza del trabajo”.
Desde
que vendimos nuestra mano de obra a su capital, hemos recorrido un
largo camino; un camino de varios siglos.
Comenzamos
viviendo para trabajar. Trabajamos sin descanso, sin derechos.
Trabajamos horas y horas en sus campos, en sus fábricas, en sus
casas, en sus negocios, a su servicio; siempre al servicio de los que
poseían el poder del capital, el poder del dinero.
Durante
un tiempo se pensó que esto tenía que ser así pero,
afortunadamente, sobrevino otro tiempo en que los trabajadores, las
personas sin recursos propios, se revelaron. Decidieron que aquel era
un sistema injusto y comenzaron a luchar por una mayor y mejor
calidad de vida, por unos derechos básicos, por una dignidad
inherente al ser humano por el mero hecho de serlo. Las clases
trabajadoras fueron conscientes de la injusticia que se estaba
viviendo y se unieron para ponerle fin. Así se consiguieron muchas y
muy importantes conquistas sociales; así pasamos a crear Estados
democráticos en los que teníamos derecho a tomar parte en las
decisiones en beneficio de todos; así pasamos de una sociedad en la
que sólo los ricos tenían derechos, a una sociedad en la que todos
teníamos oportunidades para mejorar. Así pasamos de vivir para
trabajar, a trabajar para vivir.
Pero
la maldad del capital -y de los poderosos que lo poseen- no tiene
límites y no tardaron en encontrar la forma de dar la vuelta a la
tortilla para seguir siendo ellos quienes tuviesen el control. No han
tardado mucho en volver a convertirnos a nosotros, a las clases
trabajadoras, en sus esclavos; si es que en realidad alguna vez
dejamos de serlo del todo.
No
parecía fácil que pudiésemos desandar el camino y perderlo todo
cuando, a simple vista, creíamos que éramos nosotros, la mayoría,
los que ostentábamos el poder. Tan sólo podían conseguirlo
engañándonos y eso es lo que han hecho. Han convertido la realidad
en una farsa valiéndose, fundamentalmente, de los medios de
comunicación, de los medios de manipulación, como yo les llamo.
Nos
han mostrado el camino que les interesaba y nosotros, cual borregos
camino del matadero, lo hemos andado paso a paso.
Nos
han hecho creer que podíamos ser como ellos y esa ha sido la trampa.
Y nosotros, inconscientes, hemos caído en ella y ahora no sabemos
muy bien como salir; sobre todo, porque ya se han cuidado de que
creamos que no podemos hacerlo; sobre todo, porque han conseguido que
pensemos que la realidad es la que ellos han creado a través de su
televisión, de su cine, de sus periódicos, radios y revistas.
Nos
han enseñado lo que debemos hacer, lo que está bien y lo que está
mal, qué conductas debemos o no practicar y tolerar, cuáles son los
valores que debemos defender, a qué nos tenemos que someter.
Nos
han inculcado cómo debemos vestir, qué debemos comer, cómo nos
tenemos que divertir; en definitiva, cómo tenemos que vivir y qué
tenemos que desear. Para ello, han creado la sociedad de consumo. Una
sociedad que ahora nos esclaviza, no sólo porque dependemos de
nuestra fuerza de trabajo para vivir cómo a ellos les interesa, sino
porque hemos perdido nuestra propia esencia de seres humanos: la
libertad y la capacidad individual de percepción y de decisión.
Han
utilizado nuestras instituciones democráticas y se han apropiado de
ellas -eso sí- con mucha sutileza, de tal manera que parezca que
seguimos teniendo algún poder. Mientras, la mayoría de aquellos a
los que elegimos -a los que eligen- para regentar esas instituciones,
son en realidad parte de su sistema y se han organizado para que, en
su gran mayoría, sólo ellos formen parte de él y de forma que sea
prácticamente imposible para nosotros cambiarlo desde dentro. Han
utilizado el Derecho y las leyes para ello y han conseguido que
quienes no quieran ser peones en su ajedrez, salgan inmediatamente de
la esfera de poder.
Han
creado una justicia en la que quienes no posean dinero, no tengan
posibilidad de sobrevivir porque casi todo es ilegal. Si no tenemos
dinero, no somos nadie. ¿Cómo y dónde podemos vivir? ¿Qué
podemos comer? ¿Dónde podemos ir sin los papeles que nos confieren
legalidad? Se han adueñado de nuestras vidas y nos han dejado a
merced de nuestra capacidad de trabajar para ellos. Han conseguido
crear un sistema en el que creamos que esa es nuestra única
posibilidad de sobrevivir: trabajar para ellos y en las condiciones
que ellos nos impongan. Y si esto es así, ¿dónde quedan los
derechos y la libertad?. Son papel mojado. La Constitución, las
leyes, las declaraciones de derechos humanos, todo es papel mojado.
Han
inventado un mundo en el que hay escasez cuando, probablemente, hay
tierra para todos, posibilidad de vivienda para todos, de alimentos
para todos, de energía para todos. Sólo que todos estos bienes, a
los que “todos” deberíamos tener derecho como seres humanos que
nacen y habitan este planeta, están en manos de unos pocos, tal vez
de unos cientos de miles o, tal vez, incluso menos.
Pero
no contentos con eso, para poder esclavizarnos aun más, ahora nos
están negando hasta la posibilidad de trabajar y nos encontramos sin
capacidad de supervivencia ni de reacción.
Y
nosotros, pobres de nosotros, humildes trabajadores, hemos olvidado
que existe otra realidad. La realidad de que somos personas y no
piezas de quita y pon. La realidad de los otros valores, de los
verdaderos y poderosos valores humanos, valores como el amor o la
justicia, valores como la solidaridad que junto a la fuerza de
nuestro trabajo, nos pueden hacer felices y libres. Y no me refiero a
la fuerza del trabajo que se compra o que se vende sino del que se
realiza en beneficio de todos, para el bien común.
Pretendiendo
hacernos creer que luchábamos contra las desigualdades, que
luchábamos por una pluralidad a la que teníamos derecho, han
fomentado las desigualdades y nos han dividido de forma que hemos
olvidado lo que es nuestra esencia, la esencia con la que todos
nacemos: humanos, iguales, desnudos, ignorantes y vulnerables. Así
nos han robado también la esperanza, la fuerza y la capacidad de
unir nuestro poder y valor; nuestras únicas armas para enfrentarnos
a ellos. No nos damos cuenta de que lo que le hacen a uno de
nosotros, nos lo hacen a todos.
Quienes
son ellos y quienes somos nosotros, sólo tú lo puedes decidir y
también en qué sistema quieres vivir.
Cada
día somos más los que creemos que un mundo mejor es posible y que
tan sólo debemos trabajar unidos, una vez más, para cambiar este
sistema por otro mucho mejor, más justo y más digno.
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