Faltan
escasas horas para que España se vea inundada por una gran marea
ciudadana en lucha por la justicia, por la democracia, por los
derechos básicos de los ciudadanos, por la libertad; y yo, voy.
Seremos
miles, ojalá millones de personas que confluiremos desde varias
posiciones sociales, desde varias ideologías, con distintos puntos
de vista y con distintas vivencias personales pero con un mismo
sentir: nos están tomando el pelo y no lo vamos a consentir.
La
convocatoria de hoy me hace recordar otras convocatorias que
resultaron multitudinarias porque las personas de la calle, los
ciudadanos, los seres humanos como tu y como yo, hay cosas que no
podemos tolerar.
No
pudimos tolerar que secuestraran y asesinaran a sangre fría a Miguel
Angel Blanco y salimos a la calle a decirlo. No pensamos en que
fueran a utilizar nuestra presencia o ausencia para decir que, con
ello, apoyábamos a tal o cual grupo político, a tal o cual modelo
de Estado, a tal o cual Jefe de Gobierno. Salimos a la calle porque
no estábamos de acuerdo con que nadie usara la violencia contra
personas para reivindicar ningún tipo de situación injusta porque
la justicia, no se logra con injusticia sino con más justicia.
Salimos a la calle porque estábamos hartos de la dictadura que
intenta siempre imponer el terrorismo. Y salimos a gritarlo a una
sola voz. Aunque, en el fondo, todos sentimos, en aquel momento, que
Miguel Angel era uno de los nuestros, un ser humano como nosotros,
nuestro hermano, nuestro hijo, nuestro amigo. Y su asesinato nos
clavó una daga en el corazón. Al menos, por eso fui yo.
No
pudimos tolerar que nuestro Gobierno nos embarcara en una guerra, que
intuíamos injusta. No pudimos tolerar que la prepotencia de cuatro
gobernantes se opusiese al sentido común de la mayoría ciudadana,
no sólo española, sino mundial, desoyendo incluso los dictámenes
de los organismos internacionales que negaban que hubiera pruebas. No
podíamos tolerar que invadiesen un país porque sabíamos que las
víctimas de aquel ataque, ni siquiera iban a ser aquellos que hacían
uso del terror sino los cientos de miles de familias como nosotros,
con sus vidas cotidianas, como las nuestras, que habían tenido la
desgracia de haber nacido y encontrarse entonces en el momento
inadecuado, en el sitio inadecuado. Niños, ancianos, jóvenes,
padres y madres de familia iban a perder su seguridad, su
tranquilidad, muchos de ellos su vida, por los intereses económicos
de unos pocos. Y salimos a la calle, con un “no a la guerra”,
millones de españoles a los que luego el tiempo, nos dio la razón.
Al menos, por eso fui yo.
Salimos
a la calle cuando empezamos a escuchar los primeros casos de
corrupción. Cuando la sombra de la crisis empezaba a pesar ya sobre
muchas de nuestras cabezas, salimos a decir que no estábamos
dispuestos a tolerar ni un corrupto más. Salimos aquel #15M pero ya
habíamos salido antes, espontáneamente, sin apenas convocatoria,
porque muchos, la gran mayoría de nosotros, no toleramos la
corrupción, no toleramos que quienes gestionan nuestro dinero lo
despilfarren y lo utilicen en su propio beneficio y en el de quienes
se encuentran en su misma esfera de poder. Salimos a la calle y
lanzamos un grito de “no nos representan” que traspasó fronteras
y corrió como la pólvora por el resto del continente porque,
desgraciadamente, no es mal sólo de un solo país sino de todo un
sistema globalizado, injusto y corrupto en el que todo parece ir
encaminado a que quienes controlan el capital, sometan a su servicio
a quienes, mayoritariamente, por razón de nacimiento en el momento,
tal vez inadecuado, o en el sitio, tal vez inadecuado, sólo tienen
un medio para sobrevivir: sus propias manos; la mano de obra que,
hasta ahora, junto con la oferta y la demanda, movía la economía y
que merced al capricho o al manejo de los mercados financieros, habían pasado a dejar de ser su motor, siendo sustituido por una
especulación política y financiera que nos abocaba a un terrible
caos. Al menos por eso fui yo.
Pero,
hasta entonces, tenía esperanza. Tenía confianza en la democracia y
en que el voto depositado en las urnas tenía el poder de decidir
quien, cómo y con qué espíritu y objetivo, llevaría las riendas
de nuestro país. Y que ese poder era nuestro, de los ciudadanos,
porque así lo imponía la Constitución al decir que la soberanía
reside en el pueblo español.
Sin
embargo hoy, me siento estafada. No sólo me siento económicamente
estafada por los poderes financieros que han tejido sus hilos
especulativos hasta que han conseguido hundir al país con sus primas
de riesgo y sus calificaciones; que también. No sólo me siento
estafada porque las únicas víctimas de todo este despropósito sean
los ciudadanos, los más humildes, los menos poderosos; que también.
No sólo me siento estafada porque todas y cada una de las medidas
que ha ido tomando este Gobierno han sido dirigidas contra las clases
trabajadoras y ni una sola de ellas contra las clases más
adineradas; que también. No sólo me siento estafada porque la
amnistía fiscal apoya a los grandes defraudadores mientras a los
pequeños empresarios y a los trabajadores nos han inflado a
impuestos; que también. No sólo me siento estafada porque pretendan
pagar los intereses de la deuda de los bancos, grandes beneficiarios
de la estafa, vendiendo todo lo público que durante tantos años
hemos tardado en construir; que también. No sólo me siento estafada
porque estén arrastrando a la miseria a millones de personas que no
pueden pagar sus inmensas hipotecas por culpa de una vorágine
especulativa que sólo benefició y sigue beneficiando precisamente a
quienes más colaboraron en provocarla; que también.
Me
siento estafada, sobre todo, porque los representantes que ocupan los
sillones en nuestro Congreso, creen que el Congreso es suyo. Creen
que depositamos nuestro voto en las urnas para, durante cuatro años,
hacer lo que les venga en gana. Estoy indignada porque el Presidente
de nuestro Gobierno puede admitir, fríamente, que no ha cumplido su
programa pero que está haciendo lo que tiene que hacer y esto, no
funciona ni debe funcionar así. Porque eso es lo mismo que decir
que, pasadas las elecciones, nuestros votos van directamente a la
basura.
Me
siento estafada porque de Norte a Sur, con muy pocas y honrosas
excepciones, estamos rodeados de corrupción. Por poner sólo algunos
ejemplos: el PSOE con sus ERES en Andalucía; Convergencia i Unió,
con los Puyol y la financiación ilegal en Cataluña; y el PP,
gobernando en la mayor parte del territorio español, con la Gürtel
y el escándalo Bárcenas, salvo inocencia o fe, apuntando incluso a
los propios miembros del Gobierno que, se demuestre o no que
recibieron sobres, ha dejado claro en el espíritu ciudadano que son
capaces de tapar, ocultar y mentir sin el menor decoro.
Me
siento estafada porque nunca me gustó la Monarquía como forma de
Gobierno pero confiaba al menos en la ética de la familia Real y, a
día de hoy, sencillamente, creo que carecen de ella.
Me
siento, más que estafada, preocupada porque, entre unos y otros, las
más altas Instituciones del Estado, están en evidencia y eso, el
pueblo soberano, no lo puede permitir.
No
puede permitir que le usurpen la soberanía, ni que le engañen con
los programas electorales, ni que le pretendan gobernar con mentiras.
Porque está en juego mucho más que la economía de este país.
Porque no es una cuestión de derechas ni de izquierdas sino de
responsabilidad, de decencia, de dignidad, de honradez. Está en
juego la verdad y está en juego nuestro derecho a decidir nuestros
destinos y eso, amigos, no lo debemos permitir.
Nuestra
soberanía no se reduce a depositar el voto en una urna. Tenemos el
derecho y la responsabilidad de exigir cada día, a todos aquellos en
quienes depositamos nuestra confianza para que ejerzan el Gobierno,
dicten las leyes y hagan Justicia, que cumplan con sus verdaderos
papeles institucionales, que son los que la Constitución les otorgó,
siempre bajo nuestra soberanía. Y tenemos derecho a decirles que no
sólo nos están ninguneando sino que, además, se están riendo de
nosotros y no lo vamos a tolerar.
Por
eso creo que hoy sólo tiene que haber en España, en las calles, un
color: el deseo de justicia, de verdad, de igualdad, de solidaridad y
de verdadera democracia y la esperanza y el convencimiento de que,
sobre ellas, entre todos, construiremos nuestro futuro.
Y
el que no cumpla con su obligación ética, ¡¡¡FUERA DE NUESTRAS
INSTITUCIONES!!! y que se atenga a las consecuencias, que no van a
ser cada cuatro años. No deben serlo.
Por
eso, al #23F, yo voy.
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