Últimamente,
estoy un poco desconectada de las noticias del día a día. Se me
llega a hacer tan cansino oír todos los días las mismas miserias
humanas y ver que la mayoría de los ciudadanos -objeto de las mismas-
parecen vivir una realidad distinta de la que perciben mis ojos e
interpretan mis sentimientos, que finalmente termino por desconectar,
por intentar poner a salvo mi salud física y emocional, sobre todo,
emocional. Así, voy dejándome llevar por la corriente mientras
espero que reaccionen y se unan.
Sin
embargo, la realidad me supera y llama a mi puerta una vez más. ¿Se
puede tolerar más prepotencia? ¿Se pueden creer más mentiras? ¿Se
debe aceptar que las cosas son así y dejar que los acontecimientos
transcurran a nuestro alrededor sin que intentemos intervenir en
ellos?
Ya
he dicho muchas veces que no puedo entender lo que le pasa a la
ciudadanía de este país. Entiendo que la manipulación sea tal, que
a veces nos cueste darnos cuenta de cómo y cuánto se nos engaña
cada día, a través de los medios de comunicación, básicamente.
Pero, sin embargo, mi comprensión no llega a tanto como para
justificar la actitud de todos aquellos que, creyéndose culpables o
creyendo que nada de lo que individualmente pueden hacer sirve para
algo, se quedan en casa y no mueven ni siquiera un dedo para mostrar
su indignación. No me cabe en la cabeza.
Sinceramente,
creo que ni se puede ni se debe permanecer al margen porque esos
acontecimientos que suceden cada día, son nuestras propias vidas.
Son nuestra salud, la salud y la educación de nuestros hijos; son
nuestro sustento; son nuestros derechos y nuestra libertad; son
nuestra felicidad o nuestro sufrimiento; son nuestro presente y serán
nuestro futuro.
A
la vista del devenir de los acontecimientos en nuestro país
últimamente; a la vista de la estafa monumental disfrazada de crisis
que nos atenaza a todos en una u otra forma y que nos asfixia cada
día un poco más; a la vista del comportamiento de quienes dirigen
nuestros destinos; a la vista de la falta de valores, de ética, de
decencia, de honradez, de vergüenza; a la vista de que han
convertido la verdad en un juego detectivesco en el que cada uno
parece tener que descubrir la suya propia entre marañas de mentiras,
montajes, películas y manipulación; a la vista de las injusticias
de la justicia, de la prepotencia política de los elegidos para
gobernar -que parecen ser los mismos que los elegidos para legislar y
también para juzgar-; a la vista de este presente injusto que nos ha
tocado vivir, no podemos permanecer callados. Nadie puede permanecer
callado.
Todos
podemos y debemos aportar nuestro grano de arena para que las cosas
cambien, mejoren, se normalicen... Nuestra sociedad es como un
organismo vivo formado por órganos, por células, por átomos, por
partículas de energía, como las nuevas teorías de la física
quántica terminan por decir. Y no hay ni una sola persona en esta
sociedad que no tenga su misión en ella y que no tenga su capacidad
y su poder para mantener sano al Organismo. Porque, si una célula
enferma y esa célula contagia a otra y ésta a otra, el cáncer
termina por extenderse y atacar a los órganos vitales, termina por
destruirlos y por matar incluso a la propia vida. Y todo empieza, tal
vez, por una sola célula. Y, tal vez, en esta sociedad, tú puedas
ser una de esas células; una célula sana que lucha contra la
enfermedad o una célula enferma que destruye el organismo sin darse
cuenta de que con él se destruirá ella también.
No
puede permanecer al margen la justicia. No puede permanecer con los
ojos vendados sin sentir como la balanza se inclina claramente hacia
un lado y sin darse cuenta de que, al paso que vamos, acabará por
romperse y aplastar con el peso de la desigualdad su propio pie. Esa
justicia que ya no es lo que su propio nombre indica. Una justicia
que resulta cada día más injusta, tal y como todos vemos y nos
indignamos con ello cada día, porque hay montones de ejemplos que lo
demuestran y que no creo necesario mencionar.
Los
jueces deben empezar a tener en cuenta su responsabilidad social.
Ellos sí que tienen en su mano cambiar las cosas. Los jueces tienen
el poder, no sólo de aplicar las leyes, sino también de
interpretarlas y de rellenar las lagunas de lo que no está
legislado. Son ellos los que pueden decidir, decretar y sentenciar
-sin tantos milindres de presunción que con los pobres no tienen-
que, quienes proceden en la forma en que quienes ostentan y han
ostentado el poder han procedido -alevosamente-; todos aquellos que
han hecho un mal uso de ese poder que el pueblo les otorgó; den, a
la mayor brevedad, con sus huesos en la cárcel.
Porque,
a pesar de haberse blindado para permanecer ajenos a la
responsabilidad, a pesar de que sus abogados conocen todos y cada uno
de los trucos que les hacen salir siempre por la puerta de atrás,
todos sabemos que en la gran mayoría de los casos, es la justicia
quien se lo permite.
Porque,
si se pueden hacer leyes en base a esperpentos televisivos y llegar a
plantear la cadena perpetua o a criminalizar la protesta pacífica o
la humanidad, se debe y se tiene que ejemplarizar criminalizando
estas conductas políticas que, a la larga y a la postre, están
suponiendo condenar a la miseria a millones de seres humanos.
Porque
todo ello es contrario a la Constitución, a la madre de todas
nuestras leyes y por tanto, por principio, es ilegal.
Tampoco
pueden permanecer al margen los ciudadanos militantes de los grandes
partidos. Esos partidos políticos que llevan ya demasiado tiempo
jugando con nuestras vidas y con nuestros destinos; utilizándonos en
su propio beneficio y en el de sus familiares y amigos. Me gustaría
pedir a esos militantes que abran los ojos, que no miren hacia otro
lado.
A
todos aquellos que militan desde la dignidad, desde la creencia de
que las ideas y los proyectos que defienden son los mejores para esta
sociedad -sean estos los que sean- quiero decirles que luchen desde
dentro para acabar con toda esta gentuza que se aprovecha de su
estatus jerárquicamente superior dentro de sus organizaciones;
contra todos esos que ya han perdido de vista la realidad ciudadana,
o que ni siquiera la han conocido ni les importa; contra esos a quienes
sólo preocupa mantenerse en el poder, sacar tajada y alcanzar
mayores cotas de dinero o de poder, si cabe.
Esos
militantes que cada día se avergüenzan más de aquellos que forman
sus cúpulas y que, tal vez, intentan justificar o negar sus
comportamientos para aliviar la culpa que sienten de pertenecer a
esos engranajes y de sentirse parte del delito -si se demuestra que
las acusaciones son ciertas, como todo parece apuntar-, tan culpables como si ellos mismos
también hubieran engañado, robado, manipulado..., cuando en
realidad, sólo han sido utilizados. Porque ellos, sí, esos
militantes, también forman parte del 99%.
A
esos ciudadanos, compañeros nuestros la mayoría de ellos, les pido
que se revelen, que denuncien, que acaben con esta lacra, con ese
montón de mierda que nos salpica a todos y que exijan a quienes les
utilizan, su dimisión. Seguro que ellos, dentro de sus estructuras,
también son más, muchos más granos de arena o células. Y seguro
que, unidos, pueden también sanar a sus organizaciones.
Eso
sí, no deben hacerlo en un “quítate tu que me pongo yo”, sino
en una verdadera lucha por una sociedad mejor y por un Estado Social
y Democrático de Derecho, como proclama nuestra Constitución.
Detentando por bandera el afán de justicia, de igualdad y de
solidaridad y la colaboración de todos para el bien común. Que
vuelvan a ser éstos los valores que motiven sus conductas que es lo
que realmente se corresponde con una verdadera vocación política,
vocación de servicio a la sociedad. Y si no es así, simplemente,
que se vayan. Que se bajen de ese barco inundado de corrupción que
cada día hace aguas por más partes y que a este paso, no tardará
en hundirse y en hundirnos a todos con él.
No
pueden permanecer al margen las víctimas a las que se ha culpado de
vivir por encima de sus posibilidades y de estar, por ello, sufriendo
ahora las consecuencias de sus malas cabezas; ni los parados, a los
que se ha acusado de preferir vivir del cuento sin trabajar a buscar
trabajo, mientras una cruel reforma laboral, expulsa a las colas del
INEM cada día a más y más víctimas sin que haya beneficiado -ni
beneficiará- a nadie sino a los opresores; paro que amenaza con
dejar en la calle, sin techo y sin sustento, cada día a más y más
familias. Y trabajo, tan precario, que difícilmente alcanzará para la supervivencia.
No
pueden permanecer al margen los estudiantes a los que se les pretende
cerrar todas las puertas en este país; ni los padres de los niños a
quienes se niega una educación digna en condiciones de igualdad,
relegándoles a quedarse sin oportunidades de no poseer capital para
pagárselas. Puertas, todas ellas, que cada día son y se abren más para los
otros, para los hijos de los mismos que hoy tienen el dinero y el
poder y que mañana serán el poder, un poder que, al resto, nos
conduce cada día un poco más hacia la esclavitud.
No
pueden permanecer al margen aquellos que votaron creyendo que quienes
les iban a representar lo harían en beneficio del común de la
ciudadanía; quienes creyeron lo que en campaña prometían porque creían que lo iban a cumplir pero que ya se han dado cuenta de las
mentiras y de que los beneficiados, -antes y ahora-, los chorizos,
siguen siendo los mismos, los de siempre.
No
pueden permanecer al margen aquellos a quienes los impuestos asfixian
y les hacen ceder sus negocios en beneficio de los poderosos, de los
bancos, de las grandes multinacionales y los grandes capitales
porque, cuando quieran darse cuenta, lo habrán perdido todo.
Yo,
personalmente creo que con cada acción que llevamos a cabo para
enfrentarnos a una injusticia, somos un grano de arena; y que, sin los
granos de arena, sin todos y cada uno de ellos, no habría desierto. Y sí hay desierto. Sólo hace falta
que nosotros, granos de arena o células, nos demos cuenta, lo veamos, lo sintamos y lo creamos.
Porque,
aunque a simple vista pueda parecer que una pequeña partícula de
energía, no es nada, sí lo es; es precisamente eso, energía.
Por
eso, una vez más, hago un llamamiento a la acción individual y
colectiva, porque sigo creyendo, no sólo que sí se puede, sino que
además, se debe.
Completamente de acuerdo con tu post. Parece como si los culpables solo fueran otros y el resto estuviéramos maniatados y amordazados.
ResponderEliminarAprovechemos que todavía no lo estamos literalmente y denunciemos y Luchemos como gotas cohesionadas, formando una única marea.
Felicidades por tus reflexiones.
Muchas gracias. La tuya no es menos importante y certera. Es un trabajo de todos y entre todos, podemos y debemos lograrlo. Enorme abrazo
ResponderEliminarMuy de acuerdo también. Has ido desgranando de forma certera mi propio pensamiento.
ResponderEliminarHe leído muchas opiniones y artículos diciendo eso, que todos hemos de cambiar etc etc; tú has ido nombrando a cada cual, nos has señalado a todos y esto hace que ya no seamos una masa que se tiene que mover en su conjunto, no tenemos que esperar, tenemos que sacar la energía que llevamos dentro para bien de todos. NADA MAS ES ESO.
Me uno a tu llamamiento que es necesario y urgente.
GRACIAS POR TU EXPOSICIÓN.