Desde
hace aproximadamente un año, todos los días me levanto con la
esperanza de que algo cambie.
La
victoria del PP, por esperada, no me causó ninguna sorpresa ni
ninguna especial indignación. La gente es muy libre de votar a quien
quiera y la experiencia me ha demostrado que cuando los españoles
tratan de castigar a una opción política, se lanzan desesperados
hacia la otra sin plantearse algunas veces que es lo que están
votando ni las consecuencias que, para cada uno de ellos, puede tener
dicha elección.
Estaba
claro que el PSOE había negado y reaccionado tarde a la crisis y que
su escasa reacción era más cercana a las propias doctrinas
neoliberales que a una ideología defensora de la clase obrera y de
las políticas sociales. También estaba claro que, merced al pacto
connivente con el que PSOE y PP habían modificado nuestra
Constitución, llegaban ya ecos de reformas impuestas y parecían
decidir desde Europa -y siguiendo los dictados de los mercados- más
que desde nuestras propias Instituciones.
Me
cansé de escuchar los argumentos electorales del PP que se basaban
básicamente en tres pilares:
1.- Echar mierda sobre el tejado del
PSOE, criticando todas aquellas medidas que aquellos habían, o no,
tomado.
2.- Erigirse en los defensores de la
clase trabajadora negando que ellos fuesen a subir impuestos, bajar
pensiones, rebajar poder adquisitivo de los funcionarios, hacer
amnistías fiscales, abaratar el despido, rescatar a los bancos... etc.
3.- Recordar que en el último
gobierno del infame Aznar, habían levantado la economía y creado
empleo a un ritmo que pocos en el país podían recordar.
Y los ciudadanos, desesperados
porque el paro iba cada día en aumento y la amenaza de la crisis se
cernía sobre el país, unos con esperanza y otros huyendo de la
triste realidad de la que culpaban al gobierno socialista, votó. El
procedimiento de reparto de escaños hizo el resto y el PP formó
gobierno con la mayoría absoluta que la confianza de la gente en sus
promesas, le había otorgado.
Yo no les creía pero poco se podía
hacer entonces salvo esperar para ver si, efectivamente, cumplían lo
prometido.
Mi indignación y mi más seria
preocupación empezó con la “PRIMAVERA VALENCIANA”. Si echáis
la vista atrás, a las primeras entradas en mi blog, mi rebelión
empezó cuando, a la vista de la actuación absolutamente
desproporcionada y violenta de los antidisturbios, por las protestas
de “NIÑOS” y “PROFESORES” ante los recortes que empezaban a
atacar las más básicas y dignas condiciones en que aquí se ejercía
ya la “EDUCACIÓN”, empezamos a pedir la dimisión de la Delegada
del Gobierno. Estaba claro que esta señora se había equivocado y ni
por un momento se me paso por la cabeza que dicha dimisión no
llegara y menos aun que desde el Gobierno no fuese cesada sino
absolutamente respaldada (hoy es el día que aun sigue siéndolo). El
escándalo traspasó fronteras y, sin embargo, nuestro Presidente del
Gobierno prefirió aguantar el temporal y no ceder ni un ápice
cuando lo más sencillo hubiera sido cesarla, ponerla en otro puesto
igual de estupendo o más, nombrar un nuevo o nueva Delegada o
Delegado, echar tierra sobre el asunto y quedar como un señor ante
los valencianos, los españoles, los europeos y el resto del mundo.
Pero no fue así y eso hizo que se
encendiesen mis alarmas. ¿Fascismo? ¿Prepotencia? ¿absolutismo?.
Comencé a pensar que la democracia podría estar en peligro.
No tardaron en llegar las medidas
contrarias a su programa y a sus promesas en campaña. Y como era de
esperar, la respuesta y la protesta de la ciudadanía frente a ellas.
Y mucho menos tardó en demostrarse que la actuación de la Delegada
de Gobierno y de los Cuerpos de Antidisturbios en la Comunidad
Valenciana, no era casual. Esta era su forma de gobernar y sus armas
para no permitir la respuesta ciudadana. Eso y ningunearnos total y
absolutamente.
Entonces fue cuando decidí que
tenía que empezar a actuar en serio y a apoyar todas aquellas
iniciativas encaminadas a pedir su dimisión. Y como yo, miles de
personas que entendíamos que la Democracia consistía en otra cosa.
Creíamos que cuando un candidato presentaba un programa electoral,
tenía la obligación y la responsabilidad de cumplirlo y que si
circunstancias “supuestamente sobrevenidas” le impedían hacerlo,
lo verdaderamente democrático era dimitir, disolver las Cortes,
elaborar un nuevo programa electoral y solicitar de nuevo el respaldo
ciudadano para llevarlo a efecto. Apenas habían pasado 6 meses desde
las elecciones. No dudé, tras el estrepitoso fracaso de la
repercusión del #15S, en apoyar el #25S.
Las protestas ciudadanas eran cada
vez más contundentes y numerosas y, una vez más, creí que la
dimisión iba a llegar. Pero no llegó.
Hoy es el día en que todas sus
mentiras electorales han salido a la luz y en que docenas de
declaraciones, entrevistas, debates y mítines grabados por los
medios de comunicación, lo certifican. Le hubiera servido la escusa
de la herencia recibida si no supiésemos ya todos que los
Ayuntamientos y las Comunidades gobernadas por su partido, son tan, o
más, culpables del déficit público como los demás o como el
propio gobierno central y que el hecho de que en el momento de
presentar su programa, no lo supiera, sólo sería una prueba más de
su incompetencia. Hoy es el día que conocemos ya los efectos de la
burbuja inmobiliaria y la enorme estafa que a muchos de ellos y de
sus amigos, ha hecho ricos a nuestra costa. Y aun así, esperan que
la paguemos nosotros con nuestros miserables salarios, con nuestras
casas. Y aun así, pretenden robarnos lo poco que tenemos para
prosperar o incluso sobrevivir: lo público, lo que es de todos.
Por eso hoy, una vez más, le digo a
Rajoy: Rajoy, no cuela.
Y al final, como no podía ser de
otra manera, salió a la luz la corrupción. La trama Gürtel ya
apuntaba hace años a que una parte muy importante de la cúpula del
Partido Popular, tenía las manos manchadas. Porque Bárcenas es
Gürtel – y tantas causas separadas y tantas separatas de causas,
también- pero la gente parecía no querérselo creer. Y ahí lo
tenemos ahora, apuntándoles incluso a ellos, al Sr. Presidente del
Gobierno y a su espada la Sra. Cospedal, por no apuntar más alto,
que podéis o no creerlo pero, más alto, también la hay.
Y ¿cómo responde tan insigne
Presidente ante tamaño escándalo? Riéndose de nosotros y
mintiéndonos una vez más. Lanzándonos a su ejército de embusteros
uno detrás de otro porque lo evidente es que, ya nadie en el PP sabe
como esconder la verdad. Barcenas lo ha puesto en evidencia y cada
día los cabos se atan más y más.
Pero el Sr. Rajoy, no se va. Lejos
de ello, su prepotencia cada día es más ofensiva.
Miré usted Sr. Rajoy, por mucho que
usted no lo crea, los ciudadanos y ciudadanas de este país no son
tontos y le han visto ya el plumero. Sabe perfectamente que más
tarde o más pronto, le harán caer. Y si no somos nosotros, alguien
se encargará.
Así que, por una vez en su vida, tenga dignidad y por
el bien de España, de su Partido y de la sociedad en general,
reconozca usted que no debe seguir haciendo lo que le salga de los
cojones y váyase ya.
Si es hoy, mejor que mañana. Que ya
saldremos de ésta con usted o sin usted. Porque usted sólo es un
empleado nuestro y no nuestro amo y señor. Y todo ello aun a
sabiendas de que, tal vez, usted, sólo sea un pelele.
Yo, de momento, sigo y seguiré
pidiendo #RAJOYDIMISIÓN.
Dices al principio que "la experiencia me ha demostrado que cuando los españoles tratan de castigar a una opción política, se lanzan desesperados hacia la otra" y yo creo que ahí precisamente radica buena parte del problema. Parece que hemos asumido que la democracia se reduce a elegir entre PSOE y PP, que no hay más opciones, que una vez elegidos pueden hacer lo que quieran y, lo que es peor, que no podemos decir nada si no es a través de ellos. Que Rajoy dimita, aunque no estaría mal, no es la solución.
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