viernes, 25 de octubre de 2013

REVÁLIDA

A veces es difícil entender para qué, y para qué no, hay dinero en este país.
El otro día oí que en los Presupuestos Generales del Estado para el año 2014, se incluye ampliar la dotación a los Partidos Políticos.
Al principio, me eché las manos a la cabeza pensando lo que siempre se piensa en estos casos: “para ellos, sí hay dinero”, mas no tarde en conocer que tal circunstancia, no era simplemente una vergüenza, sino que había una causa justificada para ello.
El motivo es que el próximo año, hay elecciones. Y claro, a los efectos de financiar –imagino- las campañas electorales, se aumenta el presupuesto (subvención, mamandurria) destinado a tal fin.
Automáticamente se me cruzaron los cables.
Soy incapaz de entender, si no hay dinero, de qué sirve hacer otra campaña política cuando la resaca de las últimas elecciones todavía nos produce dolores de cabeza; cuando llevamos dos años pendientes de las declaraciones de los políticos en unos y otros frentes, desde los medios de comunicación hasta el Parlamento; cuando estamos cansados de oírles echarse en cara lo de: “y tú más”; cuando estamos hartos de saber y de sufrir lo que el Presidente del Gobierno entiende que Dios manda hacer para salir de la crisis en este país. Porque lo está haciendo pese a ser lo que dijo que no haría durante la campaña electoral, una campaña de propaganda de la que salió una mayoría absoluta parlamentaria –que no ciudadana- con la que el PP impone ahora su ley, al margen de lo que opine o defienda la gran mayoría de la oposición.
Por la misma regla de tres, hemos podido presenciar -y seguimos presenciando- lo que el PSOE no habría hecho de haber salir elegido, por lo que deberíamos saber igualmente qué es lo que haría de salir elegido de nuevo, sea para la Instancia que sea, tanto da un Ayuntamiento, una Comunidad Autónoma o el mismísimo Parlamento Europeo. Y por eso ya deberíamos igualmente saber que, si mientras gobernaba hubiese hecho lo que ahora dice que haría o habría hecho, tal vez no se encontraría cómodamente en la oposición, esperando salir triunfante de los dislates y corrupciones de aquellos a los que ahora y siempre se opuso.
A estas alturas ya deberíamos entender quiénes son los que se han alternado en el poder durante más de 30 años y que son los mismos que se han unido, si ha sido menester, en lo que a mantener sus privilegios se refiere. Y que, unos y otros, navegan a favor de la corriente neoliberal que avanza cada día, cuál ejército de Atila, sobre los derechos y las necesidades de los ciudadanos, especialmente de los que no proceden de las clases y estirpes más acomodadas y privilegiadas. Y deberíamos saber ya a estas alturas, quienes, con más o menos disimulo, se unirán a sus huestes a la hora de votar.
También hemos visto cuál es el objetivo de determinados partidos nacionalistas que, amén de serlo al unísono para reivindicar independencia o más autonomía, perfilan para sus conciudadanos y votantes una proyección de vida y de derechos acorde con otros intereses, sobre todo económicos, que probablemente poco o nada tienen que ver con el sentimiento de pertenencia a ningún lugar.
De la misma manera que hemos podido presenciar como los partidos minoritarios han sido un cero a la izquierda, por no decir que han sido humillados en muchos de los casos en los que han tenido ocasión de subir a la palestra, con el consiguiente desprecio a aquellos que depositaron en ellos su confianza en las mismas urnas y, supuestamente, con los mismos derechos, que quienes votaron al PSOE o al PP.
En fin, que no entendía qué necesidad había de gastar más dinero en campañas políticas, cuando la mayoría deberíamos saber bien de qué pie cojea cada uno a día de hoy.
Más, otra vez me pudo la inocencia.
Por un momento no tuve en cuenta que la realidad es otra bien diferente.
La realidad es que la intención de voto, como los propios resultados electorales, poco o nada tienen que ver con la capacidad de convencer de los partidos políticos, sino con su capacidad de engañar y de manipular. Y para ello, se aprovechan de que la memoria de los ciudadanos es muy corta. Y por eso, las campañas electorales y el mayor desembolso económico en ellas, tiene la máxima importancia.
Por otra parte, debe ser muy justo pagar más a quien más votos obtuvo en las últimas elecciones y también que lo paguemos los ciudadanos porque de lo contrario, los partidos más minoritarios no podrían competir en publicidad y propaganda con los partidos de los grandes intereses. Sin embargo, a mí, personalmente, no deja de parecerme otra pequeña farsa. ¡Cómo si los Partidos minoritarios pudiesen competir en algo!, máxime si la competencia tiene que estar supeditada a la proporcionalidad de las subvenciones o al reparto de escaños que dibuja la actual ley electoral.
Tengo la impresión de que en cada nueva elección, como en la nueva Ley de Wert, nuestros Partidos Políticos pasan en las urnas un examen de reválida. Me temo que atrás queda el trabajo o el esfuerzo que los alumnos hayan hecho durante el último periodo legislativo; atrás las vergüenzas, la corrupción y las mentiras. Los aspirantes a representarnos, preparan a conciencia el último examen e intentan sacar la mejor nota sin importar si lo han de conseguir copiando o estudiando con los apuntes de algún compañero más aplicado, si habrán de pagar a los mejores profesores para preparar el examen o si han de intentar incluso engañar al Tribunal, de considerarlo posible y necesario, para obtener los mejores resultados.
Con esto no quiero decir que no haya que votar ni tampoco pretendo decir a nadie a quién tiene que votar cada cual; eso queda para la conciencia de cada uno. De hecho, la mía me exige hacerlo y con un mínimo de responsabilidad, aunque, visto lo vivido, también con un poco de fe, todo hay que decirlo.
Hoy sólo quiero recordar a la ciudadanía que en las elecciones, los examinadores somos nosotros. Que empiecen a tomar buena nota del rendimiento diario de los alumnos para que no sea la propaganda -que sin duda harán en su día los medios de comunicación, pagada por nuestros bolsillos o por los de los grandes intereses del capital- la que decida quienes se sentarán en cada uno de los sillones de los Parlamentos tras las próximas citas electorales.
Porque necesitamos representando nuestros intereses y gestionando nuestro dinero a los mejores, a quienes de verdad demuestren con cada acción estar a la altura de lo que de ellos se espera y no a los que tengan más medios o más habilidad para manejar las campañas electorales y al electorado, por más que aprueben con notable ese último examen.

Aunque también es verdad que habría que tener la opción de votar a quienes se ofreciesen a cambiar las reglas del juego para que eso se pueda lograr, porque, hoy en día, digan lo que digan, a los que votamos, los eligen ellos. Y eso dista mucho de una democracia de verdad. De este modo, tal vez, y sólo digo tal vez, podríamos empezar a tener personas responsables en vez de Partidos Políticos y Gobiernos política y socialmente, irresponsables.