domingo, 15 de junio de 2014

CONSTRUIR FUTURO

Me siento a escribir y me parece mentira que sólo haya pasado una semana desde mi último post. 
Parece que hubiese pasado toda una legislatura o, si me apuras, todo un reinado. Y es que, no se había hablado tanto de democracia ni de Constitución en este país, seguramente, desde el consenso que diseñó para todos -presentes entonces y futuros, que somos los presentes de hoy- una herramienta para la convivencia.
Afortunadamente, después de las reticencias iniciales -necesarias para consumar la express abdicación y coronación- se habla de República, de referéndum y de reforma de la Constitución, que ya es algo. A veces, ¡hasta parece dar la impresión de que estuvieran la mayoría de acuerdo en las cosas más básicas!.
Sin embargo, en este país, esto -como casi todo-, a buen seguro no es una realidad sino, sencilla y llanamente, una cortina de humo más para tener entretenidos a los ciudadanos -en el caso o para los casos en que el fútbol, el cine, la música, la televisión o la propaganda, no den los resultados esperados- mientras diseñan en secreto desde la Unión Europea, tratados internacionales con Estados Unidos o leyes que nos conducirán a una mayor desigualdad y a la, aun más miserable, miseria.
Porque, qué en España hay mucha miseria y qué, en España y en Europa, hay mucho miserable, eso, ya no se le escapa a casi nadie.
Me fastidia tener que hablar de política, esa es la verdad pero -quieras o no quieras; pienses lo que pienses; desees lo que desees; incluso aunque digas que pasas- la política siempre está ahí, como problema o como solución, sobrevolando por encima de nuestras cabezas. Porque, no en vano, de la Política -o de los políticos- salen los representantes en los Parlamentos y de éstos -y de los Gobiernos nacidos de éstos- las leyes que -queramos o no, nos gusten o no- deciden nuestros destinos y trazan los caminos por los que podemos o no transitar, así como las consecuencias que salirse de las sendas marcadas, nos puede acarrear en forma de sanciones -pecuniarias o, en su más alto grado, mediante privación de la libertad-, de las que, últimamente, tampoco se están quedando mancos en legislar. No tanto ni tan grave para determinadas cuentas corrientes, pero sí para los más humildes.
En este país somos 40 millones de personas. Muy difícil poder ponernos de acuerdo y que pueda llover a gusto de todos, esa es la verdad, pero más difícil aun nos lo ponemos nosotros mismos cuando, desde distintos ángulos de la sociedad, nos dedicamos a destruir al oponente -el que piensa o dice pensar distinto que yo o el que tiene un estatus más o menos miserable que yo- en vez de a construir, sobre los puntos de encuentro, una solución válida para todos los “teóricos extremos”. Y digo “extremos” y “teóricos” porque eso parece que les interesa mucho que parezca, por aquello del divide y vencerás.
¿Qué es lo que creo que está pasando en España a nivel político y a nivel social? Pues creo que hay dos realidades que aparecen como paralelas cuando, realmente, no lo son. ¿Y por qué creo que está pasando esto? Pues, sencilla y llanamente, porque hace demasiados años ya que los políticos españoles se han distanciado de la sociedad y que sí parecen caminar en paralelo y a kilómetros -por no decir a años luz- de ella; eso sí, con la connivencia de la mayoría de los ciudadanos a los que parece que "se la trae al fresco”.
Al menos, esto es lo que da la sensación que sucede con los que ocupan los escaños en el más alto Parlamento de la Nación y que, mal que nos pese a los 40 millones -o a los poco más de la mitad que votamos-, tienen el más alto poder constitucional de representación. Y aun cuando muchas veces no nos sintamos representados en ellos y, por tanto, no entendamos muy bien de qué forma nos representan. Desde luego que últimamente, como trabajadores que la mayoría somos, está claro que no.
Falta democracia. Falta querer acercar a la ciudadanía su poder de decisión y de elección y sin esa intención, la soberanía no deja de ser papel mojado.
Y sin embargo, parecemos obviar que esta Nación, que constitucionalmente solo es una, está formada por muchos seres individuales que conviven y convergen en muchos territorios, territorios que a su vez lo hacen en otros más grandes hasta llegar a ella, e incluso desde ésta al continente y desde el continente, al mundo.
Yo creo que el problema en este país, y supongo que en muchísimos otros países más, es que ni la política ni la democracia ni por tanto la sociedad, se construyen desde abajo hacia arriba sino que se construyen más bien, justo al contrario.
Y, concretamente en España, era muy difícil construir sobre la base de una Constitución que fue promulgada hace 36 años, partiendo de “una, grande y libre” y en un momento histórico en el que todo el poder y el dinero, acumulado durante muchos más años atrás, se concentraba en un Estado centralizado y totalitario, durante cuya vigencia, a los ciudadanos de a pie, sólo se les había permitido acatar y callar.
Sin embargo, con sus defectos, probablemente -muchos no- muchísimos, nos dotaron de una herramienta que tal vez, y sólo digo tal vez, es precisamente la que ahora, a la mayoría, por muchos y variados motivos, nos impide avanzar.
Porque, en aquel año 78 del siglo pasado, había voces que reclamaban autonomías e independencia y así se hizo constar en la Constitución pero fue su desarrollo, supuestamente constitucional, el que diseñó un sistema de autonomías que, o yo soy muy ignorante o muy inocente -o las dos cosas- o nadie entonces podía ni imaginar. Algo similar sucedió con la “teórica” división de poderes.
Personalmente, tengo la impresión de que pesó más la posibilidad de que quienes se dedicaban a la política encontrasen asientos y escaños en los que asentar su culo y acomodarse como profesionales, que el afán por lograr un verdadero, útil y coherente Estado en el que las autonomías hubieran de converger. Y algo parecido ocurrió con los municipios y con la autonomía municipal, mal entendida, creo yo, de la que los partidos políticos, hicieron también sus feudos.
Recuerdo -siendo niña o muy joven, cuando empezó todo este fenómeno electoralista- aquellas campañas que duraban no sé si meses, pero desde luego que mucho más que semanas; con sus miles de panfletos sepultando el asfalto -e incluso la tierra de las muchas calles aun sin asfaltar-; cientos de millones de rostros empapelando las paredes; altavoces sobre los coches, empapelados también, aclamando a unos partidos cuyos himnos, se convirtieron en la banda sonora de la llegada de la democracia.
Y recuerdo como en Soria, por ejemplo, los partidos políticos recorrían los pueblos en busca de la afiliación a sus listas del candidato a alcalde de turno, muchos de ellos sencillos agricultores sin ninguna filiación ideológica sino, a lo sumo, una vaga posición respecto a su sentir de lo que fue y a lo que condujo aquella cruenta guerra civil y del desarrollo de la posterior dictadura. Gente rural que en su mayoría, no tenían otro interés que gestionar los problemas comunes -la mayoría sin cobrar- y que por aquel entonces se llamaban independientes. Y les afiliaban o les anotaban en las listas de uno de aquellos partidos mayoritarios que optaban a hacerse con el máximo poder, entonces, tal vez, la máxima fuerza.
Mal empezaba pues la cosa, ya que aquellas filiaciones acabaron por socavar, no sólo la independencia, sino también la expresión popular que empezó a ser la voz de aquellos partidos y no de aquellos ciudadanos.
Y así ha resultado ser, visto que, actualmente, al menos en el Congreso, dos de esos partidos mayoritarios -uno, con las mismas, y otro, con distintas siglas pero el mismo origen- cuentan aproximadamente con un 80% de los escaños -en base a una ley electoral mas que cuestionable- y por la confianza puntual de un tanto por ciento de ciudadanos que en aquellas últimas elecciones, decidieron que valía la pena votar. Ello les confiere la legitimidad de decidir, a su conveniencia, sobre las vidas de los 40 millones de personas que habitamos este país
Para más escarnio, a día de hoy, las voces de la austeridad pretenden restar todavía más de ese, de por sí escaso protagonismo, y reducir la autonomía municipal y regional a meras oficinas de gestión local -salvo en lo que a estatus político e institucional se refiere, claro está, o esa es la impresión que tengo yo-,en un proceso de centralización o globalización política y económica, que pronto, de seguir en el poder quienes están y de seguir entregando soberanía a Europa, poco o nada tendrá que envidiar al más puro centralismo de las dictaduras.
Eso sí, previo paso por las urnas, ¡menos mal!. Y menos mal que los medios de manipulación juegan también su papel para que todo parezca lo que tiene que parecer, porque de lo contrario, a lo mejor nos daríamos cuenta de muchas cosas y no les resultaría tan sencillo hacernos asumir que la mayoría de las atrocidades que diseñan y perpetran, tienen su base en la justicia, en la democracia, en la igualdad y en la libertad.
Porque yo creo -y sólo es, como siempre, una opinión- que las estructuras se deben construir desde la base y que es así, y sólo así, desde una base fuerte y firme, hacia arriba, como la estructura constitucional se debió construir.
En España, tal vez, y digo sólo tal vez, la democracia y la nueva legislación, se construyó justo al revés.
Creo que desde un Estado central, se empezaron a repartir a diestro y siniestro competencias -con sus correspondientes dotaciones económicas- como si de un pastel se tratara y desde los estamentos políticos, que no tanto desde los sociales -salvo en la parte sindical que poco tiene que envidiar a estos efectos a la clase política- todos empezaron como locos a reclamar su parte del pastel, no fuera a ser -y tal vez así hubiera sido- que los que no lo hicieran, se quedasen sin nada.
Y todo ello fue sucediendo bajo el auspicio y la subvención de los grandes empresarios, los grandes capitales, las grandes fortunas y como no, la Banca, que parecían tener claro que hipotecándoles o comprándoles primero a ellos -a los políticos, a los partidos y a los sindicatos- luego a nosotros mismos, obtendrían, más pronto que tarde, su trozo del pastel, -a decir verdad, probablemente el más grande- como así parece haber sucedido también.
Llamadme simple o loca, que a buen seguro, con las dos definiciones en algo habréis de acertar, pero yo creo que, para nuestro bien, se debió hacer justo al revés; desde la cercanía y la proximidad de los barrios, de los municipios, de las provincias, de las regiones o de las comunidades que se convirtieron en autónomas, hacia el Estado Central.
Porque, ¿quien más autorizado para conocer los problemas de una determinada sociedad que su más directa entidad social o local que los agrupa a todos y a cada uno de ellos y donde todavía los ciudadanos son personas y no cifras? ¿Y quienes mejores conocedores de las personas que se presentan para ser elegidos que sus propios vecinos o sus propios asociados por intereses comunes?
Por sus actos los conoceréis, más que por las ideologías que propugnen los partidos políticos a los que han de pertenecer y de hecho pertenecen. ¿De verdad pensáis que con este sistema electoral y de representación, con estas estructuras de partidos, votamos personas? Yo creo que no, que lo que votamos son intereses y, visto lo visto, también creo, que no precisamente los nuestros.
Ya sé que a esos partidos políticos, otra forma de hacer política no les interesa y que disfrazarán de democracia, de constitucionalidad y de legalidad lo creíble y lo increíble -así como trataran de emponzoñar a quienes propongan alternativas como sé también que algunas de esas alternativas sólo buscarán su trozo de pastel- y harán lo que haga falta con tal de mantener el actual, su actual estatus, pero creo también, que ya va siendo hora de que los ciudadanos de a pie empecemos a darnos cuenta de cómo nos utilizan para sus fines en vez de preocuparse de resolver nuestros problemas.
Por eso creo que es ahí donde tenemos que hacer hincapié socialmente. Primero en hacernos visibles en nuestros círculos más próximos y en esa esfera de poder en la que sí es más fácil participar; donde si se puede contar a la mayoría; donde se puede valorar la proporción de los que protestan y entender por qué y para qué lo hacen; saber quienes son los que utilizan la fuerza; distinguir a quienes se aprovechan, a quienes mienten, a quienes roban; conocer a los que sufren las políticas que les son ajenas pero les conducen a la miseria; destituir a los que hacen mal su trabajo aunque se les haya elegido, en teoría para cuatro años, pero que podrían ser más o ser menos.
Y creo que deberíamos agruparnos desde abajo hacia arriba, eligiendo a quienes nos representen para que éstos negocien con los que representan a los vecinos del pueblo de al lado y llegar a acuerdos que beneficien a los dos pueblos, a la comarca, a la provincia, a la comunidad autónoma y a la ciudadanía de toda la nación; un poco más lejos de las ideologías y un poco más cerca de las necesidades reales.
Ya sé que puede ser muy simple, o tal vez ser muy complicado pero, a veces, creo que, si eligiésemos representantes en las comunidades de vecinos, en los barrios, en los municipios, y si los representantes locales elegidos, eligiesen a su vez de entre ellos a los provinciales; entre los provinciales a los autonómicos; entre los autonómicos a los del Congreso y desde el Congreso a los europeos, sobrarían la mitad de representantes y estaríamos mucho mejor representados que eligiendo a personas que no conocemos de nada y que otros han decidido que debían, por los motivos políticos o por los intereses que sean, estar ahí.
De esta forma, estaríamos representados por personas a las que exigir una responsabilidad en cadena hasta llegar incluso a la Jefatura del Estado. Y así, no estaríamos eligiendo -ahora para las europeas, ahora para las autonómicas ahora para las locales- lo contrario que en su día votamos para las generales porque aquello que en su día votamos, a pesar del incumplimiento o la decepción, no lo podemos ya corregir; porque, aunque así tampoco podemos corregirlo, al menos lo intentamos creyendo que lo tienen en cuenta cuando en realidad ni siquiera es así; cuando lo que en realidad hacemos, es dividir y confundir todavía más los teóricos designios y las teóricas esferas de la representación y del poder.
Y desde luego que nos ahorraríamos mucho dinero en elecciones, en dietas, en gastos de representación, en Parlamentos y en Instituciones que, a la postre, a través de los que los/las componen y ostentan por ello no pocos privilegios, están más preocupadas en mirarse su propio ombligo, que en actuar para encontrar las soluciones que cada grupo social y cada zona particular, necesita para vivir con dignidad.
Y sí, los habríamos elegido nosotros, aunque es claro que habría que idear un nuevo sistema de proporcionalidad y justicia en la representación, en la contribución, en la remuneración y tal vez también en la forma en que los proyectos y las propuestas se pudiesen llevar a efecto cuando en cada uno de los distintos estamentos, se tratase de trabajar para el beneficio de todos.
Tal vez es ciencia ficción o tal vez no. Y tal vez los haya más entendidos y preparados que yo para idear ese sistema de la misma forma que un día alguien, igual también con buena intención, ideó el que ahora nos asiste y que parece no estar dando muy buenos resultados, al menos para el común de la ciudadanía española.
El respeto, la responsabilidad, la solidaridad y un reparto justo del trabajo; de los medios de producción; de los beneficios; en definitiva, de la capacidad para generar la riqueza, debería hacer el resto para que desde la conciencia social y la independencia y la libertad personal, construyésemos la convivencia y diseñásemos el modelo institucional que necesitamos, en base a nuestras peculiares características como pueblo rico en diversidad que somos.
Y también deberíamos construir nuestro futuro desde la verdad y desde la información a los ciudadanos para hacer buen uso de su soberanía y de sus decisiones responsables y no como, nos guste o no, se hace en la actualidad, desde la mentira y desde la interesada manipulación.
Y claro, en buena lógica, ese modelo desde la base y desde la verdadera realidad social, nos conduciría a construir igualmente el modelo económico que necesitamos y cada día con más urgencia.
Porque la deriva a la que nos ha arrastrado esta global ingeniería económica reciente, nos ha sumido en un 25 % de un paro que nos conduce a la autodestrucción; en el dolor de que el 60% de nuestros jóvenes ni tengan presente ni tengan futuro en España; en la injusticia de que un 28% de las familias esté en el umbral de la pobreza; en la vergüenza de que nuestros niños y nuestros ancianos tengan que vivir de la caridad o mantener, éstos últimos, con sus mayoritariamente miserables pensiones -los que las tienen aun- a las generaciones que deberían estar trabajando para que ellos pudieran cobrarlas y disfrutar del merecido descanso con dignidad.
Podría repetir una a una todas las barbaridades que están sufriendo muchos de nuestros conciudadanos pero sería redundar porque muchos de vosotros, de sobra las conocéis ya aunque parezca que la mayoría, prefiera vivir todavía ignorándolas como si no fueran con ellos, o admirando a sus responsables, con la necia y egoísta aspiración, de llegar a ser un día como uno ellos, como los malnacidos que están acaparando la mayor parte de la riqueza mundial y expulsando -cuando no matando- a millones de ciudadanos de la sociedad.
Pensad qué podemos hacer porque nos jugamos mucho. Porque hablamos de nuestro futuro, del futuro de todos y cada uno de nosotros que por desgracia, y me duele decirlo, con sus tratados, consensos, mangoneos, corrupciones y con el elitista estatus de la casi “noble”, múltiple y variada, clase política actual, a los que aspiramos a vivir de nuestro trabajo, el futuro se nos pone cada día más negro.
Y dicho esto, ahora podéis ponerme el color que queráis, filiarme a las siglas que queráis o adjudicarme la ideología que os parezca más conveniente, si es que os parece conveniente.
Yo seguiré pensando que soy una persona libre, con libertad de pensamiento y de sentimiento. Una más, sin más, con voluntad de aportar pero aun más de concienciar y motivar, para que a esta sociedad, que es de todos, aportemos todos.



6 comentarios:

  1. Hace tiempo escribí unos cuantos escritos sobre este tema y así argumentaba yo como debía ser las elecciones: de abajo a arriba, que creo es lo que intenta Podemos hacer.
    Un abrazo Ana y enhorabuena por tu exposición llena de sentido común y muy clara.

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  2. Gracias Javier. Me pillas en el ordena y de milagro porque iba ya hacia la bichera. No tenemos los modelos pero tenemos las ideas para aportarlas para construir esos modelos que nos permitan vivir con unos mínimos de dignidad. Gracias por tu siempre adorable atención. Un millón de besos y abrazos. Si no podemos así, encontraremos la manera de poder.

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  3. Claro que lo conseguiremos, no permito dudas, jajaja Que grande eres Anita y que bien lo explicas. Te quiero.

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  4. Como siempre chapeu Ana, da gusto leerte, por lo que dices y por cómolo dices. Un abrazo

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    1. Gracias Luisa. Yo, una pobre aficionada. En cambio tu, una inmensa periodista, Muchos besitos

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