Me
siento a escribir más por compromiso conmigo misma que porque sepa o
tenga algo nuevo que contar.
No
sé si es porque he estado desconectada este verano o porque mi TL
está tan pasivo como yo pero tengo la impresión de que ya hemos
entrado en un “impasse” electoral.
No
parece ser el momento de la acción sino más bien el de la
promoción; el de la propaganda; el de la mentira; el de la
manipulación de los datos y de las estadísticas; el de guardar
leyes en el cajón, el de todo vale por un voto. Y todo ello porque,
no en vano, la suma de todos los que consigan les dará, a unos o a
otros, no sólo el gobierno y la gestión de lo público -eso
equivaldría a una labor social que la mayoría no parece dispuesta a
ejercer- sino el poder: el poder de decidir quienes ganan y quienes
pierden posiciones en esta lucha sin cuartel por el dinero, por el
estatus o por el puesto que más les facilite el acceso a ambos.
Recuerdo
que hace unos meses, en un post, rememoraba como eran las campañas
electorales durante y después de los primeros logros de la
transición: largas, ruidosas y sucias; sucias de octavillas
sepultando el suelo y de grandes carteles empapelando las paredes sin
discriminación.
Superada
esa primera fase de ilusión democrática, nuestros políticos
entendieron que era necesario regular esa práctica y aprobaron leyes
que las reducían en el tiempo y que limitaban la propaganda a sitios
determinados y espacios televisados en los que durante el tiempo que
duraban aquellas campañas, la televisión pública hacía las veces
de árbitro que velaba por una representación plural y teóricamente
proporcional a la presencia de cada partido político en el espectro
nacional. Así mismo, daba también la impresión de que la
aprobación de leyes que regulaban la financiación de los partidos
así como la aportación desde las arcas del Estado a ella, suponía
ascender un escalafón más en la escalada hacia una plena democracia
y hacia la igualdad de oportunidades en el derecho de representación
parlamentaria y en el acceso de cualquier ciudadano -a través de un
partido político, eso sí- a los puestos de decisión.
Y
todo ello con el fin de que la soberanía fuese ejercida directamente
por el pueblo español y de que estuvieran representados todos los
intereses y todas las ideologías, si bien habrían de ejercer las
labores de gobierno y en base al programa electoral propuesto,
aquellos que obtuviesen la mayoría de votos o aquellos que
consiguiesen los apoyos necesarios para obtener esa mayoría que les
permitiera gobernar. Más o menos ese mismo sistema se trasladó a
todas y cada una de aquellas administraciones locales y autonómicas
que esbozó la Constitución.
Lejos
parecía quedar ya la sombra de aquellos tiempos del franquismo en
los que el Jefe del Estado concentraba todo el poder y en que ocupar
puestos de supuesta representación -en unas Cámaras que simulaban
una democracia- o puestos políticos de gobierno o de poder, era un
privilegio al alcance tan sólo de los que estaban del lado del
dictador y de quienes ostentaban, por la misma regla de tres, una
alta posición económica y, por tanto, social.
Hoy
en día, la verdad, es que no lo veo tan lejano.
Sin
embargo -sobres, anotaciones falsas y corrupción aparte, que
demostrado queda que lo ha habido y lo hay- ¡qué lejos ya también
aquellos tiempos en los que las campañas electorales eran el
escaparate de las propuestas para gobernar!. Ya ni siquiera tiene
importancia dar a conocer cual va a ser el programa electoral porque
demostrado ha quedado también, por activa y por pasiva, que poco o
nada en él es obligado cumplir ni respetar y que pocos son los que
votan a un programa y millones los que se decantan por un determinado
partido cuya ideología dan por supuesto que les ha representado, les
representa o les representará.
A
día de hoy, esa forma de campaña se limita a ser única y
exclusivamente una escenificación; una especie de tradición; una
especie de espectáculo semejante a los mercados medievales que se
celebran actualmente a lo largo y ancho de nuestro territorio;
representaciones teatrales como la del Tenorio el día de los Todos
los Santos; de eventos históricos, como en Soria la hazaña de
Numancia; fantásticos o milagrosos, como en Elche
el famoso misterio; incluso casi neardentales,
como en Tordesillas el brutal asesinato del toro en la vega.
Reminiscencias
de un pasado que, mejor o peor, es tan sólo historia, pues tan lejos
de la realidad que vivimos están esas representaciones hoy en día,
como los tiempos y los espacios actuales pre-electorales, los
mítines o las grandes imágenes con fotosop en las carteleras de las
principales avenidas de las ciudades, lo están de ser lo que,
llegados los momentos previos a acudir a las urnas, decidirá el voto
de la ciudadanía.
Cada
día queda más patente que ahora los “modus vivendi” los deciden
las cadenas de televisión, especialmente las privadas, en base a su
propio diseño de la realidad y de las necesidades de las personas
que son, justamente, aquellas que a ellos, y a quienes los financian
y controlan, les hacen ganar dinero. Y es por eso que, de la misma
forma, son esos medios de comunicación en manos de grandes capitales
-capitalistas cuya ideología y proyecto son el fiel reflejo de los
ideales y los valores de la derecha en este sistema- los verdaderos
artífices de la propaganda, el populismo y la demagogia de la que,
sin embargo, acusan a quienes intentan cambiar este por otro sistema
mejor o al menos mejorar este para que sea, no ya más justo, sino
menos injusto para la gran mayoría.
Y
es por eso por lo que también pretenden, cada día con más descaro,
manipular la intención de voto que se traducirá en la alternativa
que se haga con el poder cuando se produzca el evento electoral, al
menos durante los siguientes cuatro años. Y es por eso por lo que
creo que se se han convertido, actualmente, en los auténticos
protagonistas y gestores de las campañas electorales.
Y
claro, así tiene que andar Pedro Sánchez de plató en plató.
Porque tanto se ha comido el capital de la derecha a la izquierda y a
la ideología socialista, que carecen de medios propios de
comunicación desde los que lanzar su propaganda electoral de cara a
conseguir los votos y de cara a que la gente reconozca a su guapísimo
y simpatiquísimo candidato y escuche lo que desde el PSOE creen que
sus potenciales votantes quieren escuchar. Y es así como creo que el
PSOE se ha convertido en servidor de la derecha. Y así tiene que
andar Pablo Iglesias lanzándole un guante en un programa de La Sexta
para poder demostrar, o al menos intentar, que lo que su partido
propone tiene su base en la necesidad de una verdadera democracia y
una justicia que funcione de forma independiente así como en una
economía más justa y real, sin que tengan necesariamente que venir
respaldados ni financiados por ningún terrorismo ni por ningún
absolutismo o gobierno similar.
Y
todo ello, supongo, con el afán de intentar contrarrestar el poder
del resto de horario de televisión en los que a los que tienen el
poder y el control, les sale gratis especular. Y todo ello porque
parece que en las redes sociales no es tan claro el control, y aun
parece funcionar algo la libertad, y ven peligrar esa supremacía que
durante casi 40 años de democracia, a unos y a otros les ha
funcionado tan bien. Y todo ello porque parece que lo que sí es
verdad es que es eso lo que esta sociedad empieza a demandar.
Porque
lo que sí queda claro es que la derecha, y cuando hablo de esta
derecha me refiero al Partido Popular, los medios los tiene todos,
incluidos los de la Iglesia Católica, siempre tan con los pobres
que, al menos en este país, nunca se movió de la derecha de
aquellos que ostentaran el poder, cuando no fue ella la que sometió
a los gobiernos a su poder con el principal objetivo de obtener
riqueza, por más que, en otros tiempos, lo disfrazasen de fe e
hiciesen creer que su poder les venía directamente del que un
supuesto Dios les otorgó.
Y
merced al poder otorgado en las urnas, cuentan también con las
televisiones públicas que, hace ya mucho tiempo que nadie pone en
duda, están al servicio de quienes gobiernan por mucho que la
legislación diga velar por un servicio público objetivo y sin
manipulación. Todos sabemos que esto es sólo una gran mentira; que
quien gobierna, sobre todo si es con mayoría absoluta, hace y
deshace de la misma forma que controla y maneja la justicia y el
Parlamento. Eso, como la división de poderes, es a día de hoy una
pura falacia.
Cierto
es también que para que este país y para que esta democracia
parezca real, es importante mantener el teatro y que, de cuando en
cuando, asomen a algunos de los programas que también dependen de su
capital, aquellos otros partidos u opciones políticas o sociales que
aspiran a llevar a cabo otra forma de economía en la que cada
persona que nace tenga derecho a unos mínimos de dignidad y en la
que el reparto de la riqueza se haga de forma más justa y racional,
opciones que están, desgraciadamente, no sólo a años luz de los
planes de los que cada día controlan más el capital y controlan más
capital, sino también de aquellos otros que, como el PSOE o los
sindicatos más representativos, a lo largo de nuestra historia más
reciente, han ido arrimándose al sol que más calienta y a los que
no les interesa ya la justicia social porque a aquellos que en sus
élites ostentan su cota de poder, también este nuevo sistema les
quitaría alguna de sus muchas vacas para poder dar leche a muchos
otros que de lo contrario, no podrían ni comer.
Así
el neo-comunismo -como ahora le llaman, porque decir el “socialismo”
comprometería su supuesta identidad- ya no tiene cabida en este
maravilloso sistema global y allá donde quiera florecer, los campos
serán segados, de una forma o de otra, por este sistema y por
quienes manejan los hilos en él.
Así,
tal vez -y digo sólo tal vez porque hace tiempo que en Valencia nos
cerraron la puerta a ver la TV3 e incluso el derecho a nuestra propia
televisión autonómica (ejemplo manifiesto del uso que se hizo del
dinero público en lo referente a la televisión)-, por eso están
ahora en Cataluña pidiendo la independencia y por eso el partido que
se encuentra ahora al frente del Gobierno catalán, el único con
capacidad para ello, la promueve un día sí y otro también a pesar
de que semejante propuesta no formase parte de su programa electoral,
como hubiera sido lo razonable.
Porque,
por unos motivos u otros, está claro que ahora a CIU – y tal vez
también al partido en el Gobierno español- le interesa tener a la
gente agitando la bandera del independentismo, quizá para no tener
que explicar el fracaso de sus políticas económicas y asumir su
responsabilidad; quizá porque es mucho más útil echar las culpas a
otros de nuestro propio fracaso; quizá sólo para distraer; quizá
sólo para crear miedo y división; quizá porque en toda la nueva
historia democrática de este país tras la Constitución y el
régimen autonómico que proyectó, a nadie se le había ocurrido
otro momento mejor.
Y
la mayoría de la ciudadanía de Cataluña, entre los “santos
cojones” del Gobierno del PP -que ayudan y no poco- y los “santos
cojones” del Sr. Mas, cada día se inclina más al sí a la
independencia. Y en poco tiempo hemos pasado de hablar del derecho a
opinar, del derecho a un referéndum para poder manifestar el sentir
de la sociedad catalana con el que siempre estuve de acuerdo, a la
posibilidad de llevar a efecto una declaración de independencia,
pues, o mucho están engañando a la ciudadanía o imagino que esto
no tiene otro camino u otra meta. En el camino que pueda tomar el
Estado español, con estos “demócratas” a la cabeza, no quiero
ni pensar.
Ahí
andan jugando con fuego, o al menos haciéndonoslo sentir así. Y lo
peor de todo es que al final, podremos quemarnos todos y que no serán
los ricos ni los políticos los que se quemarán. Como siempre, lo
pagaremos los de abajo. españoles, catalanes, europeos o como coño
quieran que nos queramos sentir y bajo la bandera que a unos u a
otros, en cada momento, les interese que nos debemos cobijar.
Mientras,
muchos de nosotros, hace tiempo ya que sabemos que son unos poderes
económicos globales los que nos gobiernan y que el resto -políticos
incluidos- funciona porque sirve para escenificar, engañar y
manipular a la mayoría de la gente de a pie, a los que, como tu y
como yo, tan sólo somos personas, ciudadanos y seres humanos con
pretensión de vivir con dignidad y poco más. Y eso, me imagino que
es igual aquí, en África, Venezuela, México, Siria, Ucrania, Irak,
Israel, China, Rusia, Palestina o Fernando Pó.
Y
sin embargo, así va evolucionando la civilización humana bajo la
amenaza de las guerras, del terrorismo, del terror o simplemente del
miedo.
Y
sin embargo, las pruebas nos remiten a que de lo único que se ha
demostrado capaz este sistema es de aumentar vertiginosamente las ya
de por sí históricas y tradicionales grandes brechas entre los
países más ricos y poderosos y los países más pobres -de los que
los primeros no han hecho sino aprovecharse a lo largo de la
historia, desde convertirse en sus conquistadores y someterles, hasta
convertirse en sus benefactores, financiar sus ejércitos contra
quienes pretendiesen otro tipo de economía o de libertad o
prestarles capitales que jamás podrán devolver a cambio de explotar
y obtener el beneficio de sus propios recursos naturales y que por
derecho, sólo a ellos correspondería- así como dentro cada país,
la brecha entre las personas más ricas -que cada día son más ricas
en base a un sistema inversor y especulador- y las personas más
necesitadas -a quienes se les van cerrando las vías para subsistir
sino es vendiendo su fuerza de trabajo cada día a más barato precio
y en condiciones más precarias y siempre con la espada de Damocles
sobre sus cabezas porque este sistema tan fantástico genera crisis
de tan enorme calado, que lo primero que hace desaparecer o lo primero que dicen poder crear, ¡qué
casualidad!, son los puestos de trabajo de la gente más pobre y por tanto mas indenfensa-.
La
verdad es que no quería hablar de nada en concreto y tampoco de nada
en profundidad porque lo cierto es que no me gusta hablar mucho de lo
que no entiendo y he de confesar que cada día entiendo menos por lo
que a menudo, me planteo que lo mejor sería callar.
Lo
que sí tengo claro es que todos aquellos que como única bandera
queremos que ondee el respeto, la paz y la justicia social, por mucho
que las alternativas parezcan darnos la razón, me temo que a la
vista de la realidad, a corto plazo, no podremos hacer mucho más que
concienciar y que por mucho tiempo, tendremos que seguir soñándolo.
Al
menos mientras la mayoría no entienda dónde está nuestro poder y
nuestra única opción de sobrevivir con dignidad: en la unión y en
la solidaridad.
Y
al menos mientras no empecemos a llamar a las cosas por su propio
nombre y veamos la realidad de que los medios de comunicación, solo
son, a día de hoy, medios de manipulación.
Desde luego que a veces, al menos en lo económico, preferiría volver al trueque y pasarme tanta legislación por el forro de las entretelas.
Magnífico artículo y magníficas reflexiones amiga Ana. Siempre tan lúcida y rebelde... y dicho todo con una magnífica redacción tan poco frecuente en una red en la que cualquiera se abre un blog y escribe aunque no tenga nada que decir, o confunda a ver con haber... Me gusta mucho leerte por lo bien que te expresas y por lo bien que piensas. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Luisa, viniendo de ti, doblemente agradecida por los halagos. Muchos besitos
ResponderEliminarHacía tiempo que no leía una buena entrada de estas que tocan todo lo que está pasando y la sensación de que imbéciles somos , que quieres que te diga darte las gracias por dejarme leer tanta verdad y tan bien escrita Bravo
ResponderEliminarGracias Jacqui, tu siempre tan generosa conmigo. Muchos besitos cielo
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