miércoles, 18 de julio de 2012

#19J #ALACALLE

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Ayer recorrí las tierras de la desolación. Miles de hectáreas arrasadas por el fuego entre los pueblos de Altura y Alcublas. Allí dónde hace apenas 15 días el verdor emergía de la madre tierra y la naturaleza tenía vida y poder, hoy apenas queda nada más allá de madera quemada, suelo cubierto de ceniza y vacío; un profundo y doloroso vacío. El negro de la desolación ha sustituido al verde de la esperanza sin que podamos hacer ya nada por evitarlo.
Tal vez, la tristeza que me produjo aquel macabro espectáculo ha provocado que hoy me sienta menos optimista de lo que debiera pero no puedo quitarme de la cabeza la comparación de aquella desolación con la realidad que nos está tocando vivir.
Lo que un día fue una sociedad que emergía hacía el futuro con la esperanza de un mañana mejor tras años de dictadura y opresión, se encuentra hoy en día, bajo mi punto de vista, en claro peligro de extinción.
La igualdad y la justicia, riego y alimento de la democracia, cada día escasean más; el egoísmo de unos pocos que pretenden acaparar el dinero y el poder, está dejando que la prosperidad se seque a la espera, tras el desastre, de apoderarse de las ruinas y levantarlas, eso sí, cuando ya sean de su propiedad y la poca vida que quede en pie esté sometida a su servicio; quienes deberían prevenir los desastres y proteger nuestras vidas están a las órdenes de los que anhelan que todo se incendié a sabiendas de que, si esto sucede, al menos para ellos habrá alguna que otra tonelada de madera quemada.
Y los humildes ciudadanos, la naturaleza misma de esta sociedad, anclados en el suelo soportando los azotes de los vendavales políticos y económicos; quemados ya por el sofocante infierno de la sequía y arrasados muchos de ellos por el fuego cruelmente provocado a sus espaldas; desorientados, sin encontrar la salida; prisioneros de las leyes que un día debieron servir para protegerles del fuego pero que hoy les niegan el agua que por justicia debería provenir de su soberanía y les cierran cualquier posibilidad de moverse bajo amenaza de que, si algún bosque pretende sacar sus raíces de la tierra, corre el peligro de ser arrasado por sus brigadas forestales.
Y nosotros, los pobladores de los bosques, incapaces de darnos cuenta de que tanto los pinos, los robles o los alcornoques, como las retamas, la maleza, las amapolas e incluso los cardos, formamos parte de esa misma naturaleza; incapaces de interiorizar que sólo con la solidaridad y moviéndonos todos juntos, al mismo tiempo, unidos como eslabones de una misma cadena, podríamos hacer un cortafuegos lo suficientemente grande como para poner a salvo esa naturaleza, la propia naturaleza, la esencia de la vida y la vida misma.
Pero esta unión no puede hacerse desde el egoísmo ni desde el interés. Cada árbol, cada planta, no debería intentar que él o su especie no sea pasto de las llamas y unirse a otros para evitarlo. Deberíamos comprender que todas y cada una de las plantas tienen el mismo derecho a sobrevivir; que todos y cada uno de nosotros, todos y cada uno de los seres que formamos este ecosistema, nos necesitamos para mantener el equilibrio y la vida.
Solo desde la solidaridad y la conciencia de que nuestra esencia es sólo una y desde el convencimiento mutuo de que no sólo tenemos el derecho sino también la obligación de defenderla para el bien de todos, conseguiremos evitar un siniestro que, por global, podría ser fatal para la supervivencia en este mundo. Porque cuando el incendio empieza, se propaga a gran velocidad y arrasa todo lo que encuentra en su camino.
Por mucho que les pese a aquellos que pretenden adueñarse de nuestra naturaleza, de nuestros bosques o de sus cenizas, la tierra no tiene dueños y todos los seres humanos que la habitan tienen el mismo derecho a sobrevivir en ella.
No se si me habéis entendido aunque supongo que sí. En el fondo sólo quería deciros que mañana estaré en las manifestaciones convocadas, no porque me hayan quitado la paga extra, sino para defender la justicia y la democracia antes de que el egoísmo, el capitalismo, el neoliberalismo o como quieran llamar a este atropello contra los seres humanos arrase cualquier vestigio de supervivencia digna en nuestra sociedad.
Y si por una de aquellas llegamos a ser muchos, muchísimos, una mayoría, los que llenamos las calles de lucha, y aún así no conseguimos nada, muy probablemente, con uno de los moscosos que me quedan, el día 25 de septiembre estaré en los alrededores del Congreso exigiendo la restitución de la justicia, la igualdad y la democracia en este país para nosotros y desde allí para el resto de los hermanos de este planeta.

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