Si
es cierto que todo es opinable, no es menos cierto que el movimiento
15M es todavía más opinable, si cabe, porque es un movimiento
básicamente libre y fundamentalmente abierto. O eso es lo que opino
yo.
Hoy
quiero hacer una reflexión porque hace prácticamente un año que
este movimiento se manifestó por primera vez y que las gentes
humildes de este país tuvimos por primera vez conocimiento de su
existencia, o quizás, en realidad, de su nacimiento, pues no creo
que antes de aquel 15M existiera nada igual.
Cierto
es que, para que se produjera una convocatoria, tuvo que haber una
serie de gente detrás que tenía la necesidad de gritarle al mundo
que estaba tan harta de ver el desarrollo de los acontecimientos en
este país, que había decidido tomar conciencia y salir a la calle a
propagarlo y que no dudaba que con ese mismo sentimiento, muchos más
se sentirían identificados.
Sin
embargo, aquello que comenzó siendo una simple manifestación de
indignación, gracias al valor, a la determinación y a la entrega de
muchos otros como ellos, acabó por convertirse en algo que sobrepasó
expectativas, fronteras y que a muchos de nosotros nos devolvió la
fe en que un cambio era posible y que teníamos que unirnos a él
para conseguirlo.
Las
acampadas enseñaron al mundo un poder de solidaridad, de capacidad
de decisión, de autodeterminación, de entereza, de espíritu de
lucha, de ideas y de ideales, de convergencia de todas las edades,
incluso de religiones y de idearios que fue mucho más allá de las
fronteras y de las patrias, mucho más allá de las siglas y mucho
más allá de cualesquiera de los patrones anteriormente
establecidos.
Pero,
lógicamente, una sociedad ordenada y unos dirigentes políticos
asentados en un sistema de privilegios y de poder, no podían
permitir que el pueblo se les subiera a las barbas y decidieron
cortar por lo sano. En algunas plazas con mayor tolerancia, en otras
con absoluto desprecio a los derechos humanos, consiguieron su
objetivo y desmantelaron las acampadas, pero no así el espíritu de
ese movimiento.
Después
llegó el verano y con él las vacaciones, el descanso, la
desconexión y todo parecía dar a entender que aquello había sido,
al igual que la primavera, el florecimiento estacional de la
naturaleza que el sofocante calor y la sequía habían logrado
doblegar.
Pero
aquello no fue así. El movimiento volvió a llamar a la ciudadanía
el 15 de octubre a una nueva manifestación y la ciudadanía
respondió con toda la contundencia de qué fue capaz aglutinando
miles de personas en unas manifestaciones de indignación que no se
habían visto en España, o al menos yo no había visto nunca. Y la
conciencia traspasó fronteras. Y en solidaridad con aquellas
manifestaciones, muchos otros países del mundo salieron a la calle a
gritar su indignación en un movimiento internacional multitudinario
que por mucho que los políticos de turno y los medios de
comunicación quisieran desprestigiar, mitigar o manipular, fue la
respuesta masiva de unos pueblos hartos de la corrupción política,
de la manipulación de los mercados, de la actuación irresponsable y
delictiva de los bancos, que salía en masa a la calle a demostrar
que no estaban dormidos y que estaban dispuestos a luchar.
Después
llegaron las elecciones.
Claro
está que todos los que acudieron -o no- a las manifestaciones, no
tenían las esperanzas puestas en un movimiento callejero sin
organización ni programa político, ni todos conocían realmente la
malignidad del sistema al que pertenecemos.
Muchos
socialistas llegaron incluso a decir que todo había sido organizado
por la derecha contra el gobierno socialista para ganar las
elecciones e incluso los resultados electorales parecieron darles la
razón.
Pero
yo creo que nada hay más lejos de la realidad. Lo cierto es que la
desesperación causada por el paro cada día en aumento, la necesidad
de intentar un cambio para mejorar, las promesas del Partido Popular
que después resultaron ser mentiras, la esperanza de recuperar
tiempos pasados cuando Aznar había creado miles de puestos de
trabajo basados en la especulación inmobiliaria y sus consecuencias,
hizo a mucha gente inocente inclinar la balanza hacia el Partido
Popular. La injusta Ley Electoral que sufrimos desde hace treinta
años en este país y que tras la caída de la UCD se ha manifestado
claramente beneficiaria de los dos Partidos Mayoritarios y de las
minorías autonómicas en contra de los partidos minoritarios de
carácter nacional, hicieron el resto.
No
es que la balanza se inclinará claramente hacia la Derecha, ni mucho
menos, pero si que otorgó al Partido Popular una mayoría absoluta
para gobernar, que ya hoy, a cinco meses vista de aquellas
elecciones, se ha manifestado claramente absolutista, dictatorial y
represora; gobernando a favor de los intereses de los ricos y
poderosos y en contra de los intereses de una gran mayoría de la
ciudadanía que cada día ve como les van quitando sus derechos, les
echan de sus casas, les suben los impuestos, les privan de la
oportunidad de dar estudios universitarios a sus hijos mientras
hacinan en aulas a los más jóvenes, les quitan profesorado y privan
a los menores de 3 años del derecho a la educación.
Han
sacado adelante por Real Decreto sin ningún tipo de consenso, leyes
como la de la Sanidad que no sólo recorta prestaciones, sino que
además, en principio, deja fuera de la asistencia no sólo a los
inmigrantes sino también a nuestros hijos mayores de 26 años que no
encuentran trabajo. Además de estar creando las bases para
transferir a manos privadas los hospitales y las infraestructuras
sanitarias y no sanitarias que con nuestros impuestos tanto nos ha
costado conseguir.
Han
decretado una Reforma Laboral que, lejos de crear puestos de trabajo,
está destruyendo empleo a velocidades de vértigo dejando a miles de
familias en el más absoluto desamparo y en muchos casos al borde de
la indigencia, eso sin tener en cuenta el retroceso de un siglo en
los derechos laborales de la clase trabajadora que tantas víctimas
se ha llevado y tantos años de lucha nos ha costado igualmente
conseguir y sobre todo, dejando muy claro que quieren mano de obra
barata y desprotegida para sus empresas.
A
cambio nos ofrecen perdón para los defraudadores fiscales, ayudas
para rescatar a la banca, vista gorda a los políticos corruptos y
apoyo a la Institución de la Corona para justificar comportamientos
no sólo no éticos sino presuntamente delictivos mientras las Pymes
siguen cerrando y esperando el milagro que parece no llegar, pues la
recesión cada día les aleja más de la esperanza.
Todo
ello por no hablar de la vil participación de la Iglesia Católica
en tan injusto despropósito, eso sí, mientras cobra suculentas
subvenciones al igual que la CEOE.
Cada
día nos regalan con nuevos nombramientos de familiares y amigos como
asesores, como altos cargos en empresas públicas o privatizadas, en
los puestos de Gobierno de Bancos, de grandes empresas, acumulación
de puestos de responsabilidad más que generosamente remunerados y
patrimonios sólo al alcance de una élite social que no puede estar
más alejada del compromiso con los ciudadanos que les han votado y
cuya principal intención es vender todo lo público, todo lo
nuestro, no al mejor postor, sino al que más les pueda beneficiar a
ellos. Y esto tanto a la derecha como a la izquierda, que todo hay
que decirlo.
La
sociedad está indignada, no me cabe la menor duda. Está más que
indignada y mucho más indignada que en octubre pasado.
Por
eso los que nos gobiernan quieren utilizar la política del miedo y
de la represión para hacernos callar; porque saben que si salimos
todos a la calle a gritar nuestra indignación, no quedará un sólo
hueco en ellas, entre hombro y hombro, de tantos como no están
dispuestos a soportar más que les hagan responsables y paganos de
una crisis que poco o nada tiene que ver con ellos.
En
definitiva, y después de todo este rollo mil veces contado, me
gustaría que cada uno de nosotros, indignados y conscientes,
propaguemos la convocatoria del 12 M por nuestros centros de trabajo,
por nuestros colegios, por nuestros bares, por nuestros barrios.
Porque, aunque a todos los que circuláis noticias por las redes os
parezca mentira, mucha gente en la calle todavía se pregunta que ha
sido del 15 M y no saben que sigue ahí.
Nos
necesitan, como nosotros les necesitamos a ellos, para decirles a
estas élites que nos gobiernan o pretenden gobernarnos en el futuro,
toda la vergüenza y la indignación que llevamos dentro.
Porque
el 15 M, para mi, no es un movimiento, sino una conciencia colectiva
que reclama justicia, solidaridad, igualdad, paz y acabar con toda
esta vorágine, antes sólo política pero ahora también financiera,
de ideología fascista y neoliberal que pretende arrasar nuestro
planeta para apoderarse de él.
Y
unidos, muy unidos, porque en esta lucha, lo que le hacen a uno, nos
lo hacen a todos. Aquí y en Fernando Pó.
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